domingo, 29 de octubre de 2023

ATAHUALPA

 

El último Inca se convertiría en el primer ajedrecista del Nuevo Mundo y en el primer quiteño en aprender a jugarlo. 

El escritor y político ecuatoriano Manuel BenjamÍn Carrión Mora, era un enamorado del ajedrez.  Como ya conocemos, su pasión por el juego era inigualable.   En 1934 escribió su novela "Atahuallpa" en la que contrasta su posición de la conformación de una identidad ecuatoriana, "el cuento de la patria" con otras visiones comúnmente aceptadas.
 
Hasta tanto, se imponía la visión de la ecuatorianidad estaba configurada en las muertes de Santa Mariana de Jesús y de Gabriel García Moreno y en la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.
 
Es decir, Ecuador nacería fruto de la muerte fundacional de dos personas: con el sacrificio de García Moreno luchando contra la corrupción y los males sociales, así como con el ofrecimiento voluntario de Mariana de Jesús para que paren las maldiciones naturales (terremotos) en la Real Audiencia de Quito.

Una vez separado el Estado de la Iglesia, la Consagración al Corazón de Jesús fue abolida por la Revolución Liberal (1895-1912) y para ello Carrión  se valió de la muerte de Atahualpa como el último gran Inca que unificó el imperio y cuyo prematuro fin conformaría un nuevo comienzo. 
 
"Tanta polémica se justifica más que por la insuficiencia de datos fidedignos, por el inveterado vicio de escribir la historia como una coartada para encubrir atropellos y crímenes, para cohonestar despojos y raterías. Más es lo que se ha callado y ocultado que lo que se ha dicho.
Y se justifica también, sobre todo, porque el episodio de Cajamarca resume el proceso y lleva implícita una connotación valorativa, un peso emocional, una significación simbólica que tiene mucho que ver con la construcción de nuestro propio yo histórico, con la aceptación de nuestra identidad como pueblo entre los pueblos."
Benjamín Carrión Mora, "Atahhuallpa"

Plumilla de Luis Mideros Almeida - 1953
FOTOGRAFIA: SERGIO COELLAR MIDEROS, DICIEMBRE 2014
  

 

La novela se basa en los sucesos históricos de la conquista del norte del Tahuantinsuyo, especialmente enfocándose en lo que sería el territorio del actual Ecuador y tiene como objetivo dar un origen mítico a la ciudad de Quito. La historia se desarrolla en dieciocho capítulos y alterna entre la historia de los incas y la historia de los españoles. En cuanto a la primera, narra la historia glorificando el pasado indígena y en cuanto a lo segundo narra la historia de la conquista como una gran gesta española. De esta manera Carrión intenta representar positivamente tanto el pasado indígena como español, en una novela dedicada a una ciudad mestiza (Quito) (wiki)

 

http://www.lacolecciondepapa.com/2014/11/incas-y-espanoles.html

A continuación se transcriben unos párrafos de la obra en la que Benjamín Carrión relata el cautiverio y muerte de Atahualpa y la afición del Inca al ajedrez.
 

( Caxamarca)

 

"Se halla ya bajo el sol. Las Huestes de Atahuallpa comienzan a movilizarse hacia Caxamarca. Delante van los criados que limpian la vía de piedras y de armas. Luego, los cantores y los danzarines, con su ritmo monótono. En medio de los sinches, los apus, los auquis, los amautas --cuyos ornamentos de plumas y metales relucían al sol--, va la litera imperial, hecha toda de oro, "que pesó un kintal de oro", llevada en los hombros por diez y seis apus del ayllu imperial. Sobre ella Atahuallpa Inca, orgullosamente desarmado, se dirige a su ciudad, a recibir el homenaje de los extranjeros. Su perspicacia de águila --acaso oscurecida por su orgullo de triunfador reciente-- no descubrió que aquel pequeño grupo de extraños, recibido por merced en sus dominios, le atacaría y le haría prisionero en medio de los suyos.
 
El hijo del Sol llego a la plaza de su buena ciudad de Caxamarca, cuyas puertas estrechas le fueron abiertas. Con el emperador entraron los indios de su Séquito inmediato: de cinco a seis mil. Fuera quedó el resto conforme iban llegando. La plaza estaba solitaria de españoles.

-¿Dónde están los extranjeros? Preguntó a los que iban cerca.

Y como respuesta, Vicente de Valverde, fraile dominico, capellán del grupo aventurero, "un inquieto, desasosegado o deshonesto clérigo" --como le llama Oviedo-- se avanzó hasta el inca con el Cristo y la Biblia, acompañado de Felipillo, el taimado indio intérprete. Le habló sobre el dios Uno y Trino, sobre la pasión y muerte de Jesús; exhorto --requirió, como llamaban los inquisidores-- al hijo del Sol, descendiente de Manco y Viracocha, a que adjure su "salvaje idolatría" y abrace la religión cristiana, sola verdadera. Díjole del poder inmenso del soberano español, al que Atahuallpa debía vasallaje, porque el Papa, sucesor de San Pedro, le había regalado todas las tierras de los indios, del uno al otro mar. Fueron tales las inoportunidades del discurso clerical de Caxamarca que, según un historiador insospechable, un obispo católico --González Suárez-- dicha conducta tenía "mucho de ridículo si no fuese por demás absurda y criminal".

Brillaron de soberbia magnífica los ojos de Atahuallpa, y con desprecio respondió al fraile siniestro, inhábil y fatal: "Yo soy el primero de los reyes del mundo y a ninguno debo acatamiento; tu rey debe ser grande, porque ha enviado criados suyos hasta aquí, pasando sobre el mar: por esto lo trataré como a un hermano. Quién es ese otro rey o dios de que me hablas, que ha regalado al tuyo tierras que no le pertenecen, porque son mías? El Tahuantin-suyu es mio y nada más que mío. Me parece un absurdo que me hables de ese dios tuyo, al que los hombres creados por él han asesinado. Yo no adoro a un muerto. Mi dios el Sol, vive y hace vivir a los hombres, los animales y las plantas. Si él muriera, todos moriríamos con él, así como cuando él duerme todos dormimos también. Finalmente -agregó Atahuallpa-- ¿con qué autoridad te atreves a decirme las cosas insensatas que mes has dicho?.

- Con la que meda este libro, respondió el fraile, y presentó la Biblia al inca, quien "no acertando a abrirle, el religiosos extendió los brazos para abrirlo, y Atahuallpa con gran desdén le dio un golpe en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mismo por abrirle, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni el papel, lo arrojó cinco o seis pasos de sí", narra Xerex.

El fraile, horrorizado, corrió a Pizarro y díjole: "¿No véis lo que pasa? ¿Para qué estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno de soberbia, que vienen los campos llenos de indios? Salid, que yo os absuelvo".

Dio la señal Pizarro. Sonaron mosquetes y arcabuces. Un descomunal estrépito de guerra. El gobernador --él mismo y solo-- llegó hasta la tierra del inca y lo hizo preso. Ante la furia de los españoles, que querían hacer el triste mérito de ultrajar personalmente al inca, se alzó la voz --verdaderamente española en ese duro instante-- de Francisco Pizarro: "El que estime en algo su vida, que se guarde de tocar al indio".

Se desarrolló luego una fiebre de matanza. Los indios pugnaban por huir, como rebaños de corderos acosados por perros. Y no hallando salida bastante, derribaron a fuerza de hombros uno de los muros de la plaza, que daba sobre el campo... Centenares de indios muertos. Un barato héroe español, Estete --probablemente el mismo cronista de este nombre-- arranco el llauto imperial de la cabeza del inca del Tanhuantin-suyu. Y la única sangre española vertida en esa jornada oscura y brutal fue la del gobernador don Francisco Pizarro, quien recibió un mandoble por proteger con su cuerpo el cuerpo del hijo del Sol.

Cumplió el señor marqués don Francisco Pizarro con su deseo de que el inca del Tahuantin-suyu, el emperador del Perú, le aceptara su invitación a cenar, el mismo día.
 
Allí está, a su merced, indiferente y silencioso, Atahuallpa Inca. Su único comentario a los terribles acontecimientos del día, ha sido éste, dirigiéndose al capitán Hernando Pizarro: "Maizabilica ha mentido". Con gesto altivo rechazó los consuelos hipócritas del gobernador "diciendo que era uso de guerra o ser vencido". No rehuye, porque cree merecerlas, las atenciones solícitas que le prodiga su hospedador. Come de buen grado, sin desconfianza, la comida enemiga. Bebe la bebida extranjera.

Hernando Pizarro, hidalgo fanfarrón, pero sabedor de los usos de la cortesanía reclama para el inca un trato correspondiente a su alto rango. El marqués ordena que se le dispongan las mejores habitaciones de "la casa de la serpiente", aposento real de Caxamarca; y se reserva para sí --a fin de velar al prisionero-- una pieza contigua. Hace decir a los allegados de Atahuallpa que pueden acompañarlo, y dispone que sigan al servicio de la mesa y de la cama del inca todas sus numerosas concubinas.

Afuera el espectáculo era desolador. Los alertas monótonos de los centinelas, que a cada paso que daban tropezaban con cadáveres de indios. Las preces fatídicas de los frailes. Y en los campos, por los caminos, la fuga medrosa, agazapada de los indios desconcertados, que nada comprendían, que acaso hacían subconsciente resistencia para comprender.

Al amanecer, el primer cuidado de Pizarro fue enviar una escolta a registrar los baños de Cónoc, residencia de Atahuallpa; "que era maravilla de ver tantas vasijas de plata y de oro como en aquel real había, y muy buenas, y muchas tiendas, y otras ropas y cosas de valor, que más de sesenta mil pesos de oro valía solo la vajilla de oro que Atahuallpa traía, y más de cinco mil mujeres a los españoles se vinieron, de su buena gana, de las que en el real andaban", dice Zárate. "Cinco mil mujeres, que aunque tristes y desamparadas, holgaron con los cristianos", comenta Gómara.

Pero la vida impone sus imperativos de rutina en Caxamarca, después de la masacre. Los pobladores --por mandato del inca-- vuelven a sus labores ordinarias. Una coexistencia familiar se establece entre españoles y nativos. No hay resistencia ni hostilidad visibles para los intrusos: los indios les ofrecen un servicio indolente, racionalizado; y las indias sus caricias procreadoras y sin besos.

La perspicacia aguda de Atahuallpa no penetra su extraña situasión. No sabe si estos hombres son amigos, pues lo han aprisionado; ni concibe que sean sus enemigos, pues que no lo matan. Su estructura religiosa ha canalizado en una sola dirección ascendente --que termina en el sol-- su concepción del mundo. No tiene para las cosas otra explicación que la teísta. Toda torcedura en el camino recto de sus pensamientos, lo desconcierta; pero no sabiendo la protesta para lo imprevisto, se resigna y calla.

Las relaciones entre españoles y nativos tienen una calma animal y vegetal. De entre las pallas hermanas del inca, Pizarro ha escogido su mujer: se llama Intip-Cusi --servidora del sol-- y es maciza de carnes, de color de barro cocido y amplitudes de cántara. Se llamará en adelante doña Inés, para servicio del machu capitu. Gonzalo y Juan --los dos menores de la dinastía-- escogen sus mujeres entre las ñustas más apetitosas; entran en la familia del inca. Los demás, se entregan a lo hancho de sus inclinaciones: Alcón y los más mozos persiguen a las indias zahareñas, de difícil sonrisa y de cópula fácil. Riquelme y los frailes hacen averiguación de la riqueza. Pedro de Candia descubre las maravillas de la chicha. Valverde, poseído de furor místico --no evangelizador como el de Motolinía o Gante-- dice a los pobres indios abandonados del Sol, el lado trágico de la leyenda cristiana. Y en nombre del Cristo de los azotes y de la crucifixión --no de las Bodas de Caná ni el Sermón de la Montaña-- bautiza, bautiza, bautiza.

Soto y Hernando Pizarro se han dedicado, con hidalguía española, a hacer menos dura la vida del inca. Ayudados del Martinillo, han enseñado al indio inteligente un vocabulario castellano suficiente para la comunicación cotidiana. El inca inicia a los capitanes en la vida --para ellos extraña por lo igual y justiciera-- de este pueblo distinto de la España individualista y feudal, que es todo su mundo. Soto y Pizarro sienten la superioridad moral de estos "salvajes" que viven la religión del sol y del trabajo; que aman el aseo y los beneficios del agua; que quieren entrañablemente a su tierra; porque es realmente de ellos.

Hernando Pizarro y Soto entretienen al inca con narraciones caballerescas de Flandes, de Castilla, de Italia. El inca trata de comprender a estas extrañas gentes para las cuales, en veces, el engaño es virtud y en otras se debe pagar con la muerte. Le interesa el duelo, como cosa monstruosa; y se hace repetir explicaciones sobre lo que los españoles llaman "el honor".

Soto, los Pizarros, los demás capitanes y los frailes, enseñan a Atahuallpa los juegos que practican cuando están en campaña: cartas, ajedrez, dominó. El ajedrez sobre todo, lo apasiona. A los pocos meses es más fuerte que sus maestros.

En la familiaridad cotidiana, Atahuallpa ha comprendido que a estos extranjeros les gusta --más que las bellas y buenas cosas como la lana, las llamas, el maíz-- el oro, el cori con que se hacen los vasos para la chicha de los incas, los adornos para las pallas y las ñustas. En ello ve el inca una posibilidad de salvación. Les habla del oro de sus aposentos, del de los templos, del de las casas de las Virgenes del Sol. Atahuallpa goza al ver cómo se incendian de codicia los ojos de estos hombres y entonces, con toda naturalidad dice a Francisco Pizarro, que a cambio de su libertad "...daría de oro una sala que tiene veinte y dos pies de largo y diez y siete de ancho, llena hasta una raya blanca que está a la mitad del altor de la sala, que será lo que dijo de altura de estado y medio, y dijo que hasta allí henchiría la sala de diversas piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras piezas, y que de plata daría todo aquel bohío dos veces lleno y que esto cumplirá dentro de dos meses".

Pizarro, alarmado por las dimensiones de los aposentos y poco capaz de calcular la probable cuantía de la fabulosa promesa, desconfió de ella. Pero pudo más su espíritu de tahúr de soldado de tercios, cuyo dios es el albur: aceptó gallardamente el envite del inca, como quien compromete su escarcela en un garito, a la primera carta.

Para complementar su ofrecimiento, y abrumar de oro y riqueza a sus aprisionadores, el inca les insinúa un viaje a Pacha-Cámac, en la tierra yunga, donde se halla el templo del dios mayor de los hombres del litoral, en el cual los de su estirpe nunca han creído completamente y solamente aceptado para contribuir con el respeto a las divinidades de las regiones, a la unificación del Tahuantin-suyu. Les dice que allí se encuentra mucho oro de adornos y de ofrendas; y como garantía de veracidad, envía un mensajero para que llame a su presencia al curaca y al sacerdote del templo, con el objeto de que éstos acompañen a los españoles que deban ir en pos de los tesoros. Cuando llegaron el sacerdote y el curaca, Atahuallpa se dirigió a los españoles y señalándoles al sacerdote, dijo: "El dios Pacha-Cámac de éste no es dios, porque es mentiroso: habéis de saber que, cuando mi padre Huayna-Capac estuvo enfermo en Quito, le mandó preguntar qué debía hacer para sanarse, y respondió que lo sacaran al sol; lo sacamos y murió. Huáscar, mi hermano, le preguntó si triunfaría en la guerra que traíamos los dos; dijo que sí y triunfé yo. Cuando llegásteis vosotros, le consulté y me aseguró que os vencería yo, y me vencísteis vosotros... Dios que miente no es dios!!!" González Suárez lo cuenta.

El gobernador envió con un grupo de soldados a su hermano Hernando. Le instruyó para que, al mismo tiempo que iba a recoger los tesoros indagara sobre el estado de ánimo de los indios y si había preparativos de sublevación. Hernando partió, y tras un largo viaje lleno de peripecias, volvió a Caxamarca, cargado de oro un rebaño de llamas y forradas de oro las patas de los caballos, para la larga marcha... Venía también con él Chalcuchima, uno de los más ilustres generales de Atahuallpa, vencedor de Huáscar. El viejo sinche, viendo al extraño acompañado por indígenas del cortejo del inca, no vaciló en ir con Pizarro hasta donde se encuentre su señor.

Al llegar a Caxamarca, Hernando dio rápida cuenta de su viaje al marqués. Afirmó que ni en pueblos ni caminos existían conspiraciones. Que había sido bien recibido por los indios, y que el gran sinche Chalcuchima estaba allí, sumiso y obediente, esperando la merced de ver de nuevo a su rey prisionero.

Fue emocionante y dramática la entrevista de Atahuallpa y Chalcuchima. Entró el sinche inclinado por el peso ritual; la emoción le hacía temblar las rodillas. Al ver al inca preso, se le cayeron las lágrimas. "Estos de Caxamarca no supieron defenderle --le dijo--; si yo hubiera estado aquí con los puruhás y los caranquis, esto no habría sucedido". El inca sonrió.

Durante el viaje de Hernando Pizarro a Pacha-Cámac, una conspiración de codicia, miedo y desconfianza cercaba al prisionero. Se hizo correr el rumor de que en Guamachucho se reunían sigilosamente los indios --espontáneamente o por orden de Atahuallpa-- para atacar a los españoles y libertar al inca. Pizarro se lo dijo a Atahuallpa. Y la respuesta del inca fue sarcástica: "¿me crees tan necio que estando en tu poder y pudiendo tú matarme al menor intento de rebeldía, ordene yo levantamiento? Están, además, casi llenas las salas con el oro del rescate: tengo confianza en que sabreís cumplir vuestra palabra. Pronto seré libre y amigo y aliado de vosotros". Como prenda de su veracidad, propone el envío de una escolta española hasta el Cuzco --que recorrería la mayor parte del Tahuantin-suyu-- para que se convenzan todos de que no existe ninguna rebeldía y además para que traigan el oro que más puedan de la ciudad sagrada.

Aceptó Pizarro --los ojos encandilados por el reflejo supremo del oro del Cuzco-- y envió un grupo de soldados, con Hernando de Soto, Pedro del Barco y el notario real a la cabeza. Días de andar. Y en un de ellos, ya cerca de Jauja, encontraron una escolta de indios que llevaba preso a Huáscar. Habló Soto con él. Y comprendió que si otro emisario llevaba hasta Pizarro las quejas del inca legítimo, la suerte de su amigo el prisionero de Caxamarca se haría aún más delicada. Resolvió regresar y dar cuenta a Pizarro de que, hasta Jauja, no había trazas de rebeldías; que había encontrado a Huáscar, que hacía grandes ofertas a los españoles a cambio de su libertad; pero que todo el imperio estaba completamente del lado de Atahuallpa, y sólo a él reconocían como señor verdadero.

Mientras estos viajes, en Caxamarca había sobrevenido un hecho capital, que variaba la fisonomía de la aventura: la llegada de don Diego de Almagro --14 de abril, "víspera de Pascua Florida" -- desde Panamá, con refuerzos de hombres y de caballos. El encuentro de los dos capitanes tuvo una apariencia cordial, pero el fondo era muy otro. Pizarro sabía que Almagro venía a reclamar su parte en el botín, de acuerdo con el contrato tripartito entre ellos dos y Luque --que para entonces había muerto ya--; pero ni él, ni menos sus hombres --autores de heroicidad de Caxamarca-- estaban dispuestos a admitir igualdad semejante. La priemra guerra civil de la América española había surgido.

La víctima de esa guerra se señalaba claramente: Atahuallpa. El oro del rescate llegaba a todos los rumbos del Tahuantin-suyu; los aposentos señalados por el inca estaban ya casi repletos. El momento de las sangre era anunciado por el oro. El ojo de águila del inca descubrió que la llegada del "tuerto" le era fatal. En efecto, Almagro y los suyos --secundados por el alma negra de Riquelme-- conspiran contra Atahuallpa, con el fin de anticipar el reparto del oro del rescate --en el cual presumían que no se les iba a dar igual porción que a Pizarró y a los suyos-- con el fin de seguir, libres de la inquietud de la guarda del inca, la conquista hasta el Cuzco, donde les esperaba a ellos --mas frescos y menos gastados-- un porvenir de hazañas y de oro.

Valverde y los frailes conspiraban también, hipócritamente. El dominico no podía perdonar a Atahuallpa su actitud despectiva en Caxamarca y la repulsión que siempre demostrara a su contacto y a sus pláticas. No podía perdonarle su regalo y sus mujeres, él, que se veía obligado a sostener ante los soldados, la farsa lacerante de su castidad.

Conspiraba el taimado intérprete Felipillo, hechura de Valverde, su confidente inseparable. Felipillo era de Túmbez y se había criado en su ambiente de devoción por Huáscar. Detestaba lo quitu. Y malgrado su cristianismo de pega, sentía una subconsciente reminisencia totémica por Pacha-Cámac, el dios de los yungas; por eso, la dureza de Atahuallpa para con el sacerdote del ídolo y el apoyo dado a la expedición de Hernando Pizarro, le hicieron agravar el odio tradicional que sentía hacia el descendiente de los caras. Sabiéndose, pues, apoyado por los españoles, que lo necesitaban, se dedicó a hacer lo más penosa posible la vida de Atahuallpa, con intrigas y espionajes inmundos. Alcahueteó a los españoles con las concubinas del inca y, para colmo de ultrajes, sedujo y violó a una de ellas. Informado el inca, protesto ante Pizarro. El viejo aventurero se rio... Pero Filipillo supo que Atahuallpa reclamaba su cabeza, y temeroso de que los españoles --cuya versatilidad conocía-- cambiaran de parecer y resolvieran complacer al cautivo, decidió acelerar su campaña contra él.

Las exigencias de Riquelme y Almagro, sobre el reparto del rescate, quebrantaron la resistencia del señor gobernador; y se procedió a la gran operación rapaz, premio mayor de la aventura. Para poder hacer más fácil y más igual el reparto, se dispuso a fundir las piezas de metal, los vasos maravillosos, las cántaras, los ídolos. "Veinte y siete cargas de oro y dos mil marcos de plata", de Pacha-Cámac; "ciento y setenta y ocho cargas de oro, y son las cargas de paligueros que las traen cuatro indios", desde el Cuzco... además de los aposentos rebosantes. Se reservó algunas piezas --espigas de maíz de oro, fuentes con aves del mismo metal-- para enviarlas al emperador de Madrid. La litera de oro le tocó al gobernador don Francisco. El resto del tesoro -- el botín de guerra más grande de que se tenía hasta entonces memoria-- fue repartido a sones de pregón muy cuidadosamente, después de deducir el quinto real.

Ya se encontraban en poder de los tesoros soñados los aventureros españoles. Pero la ilusión del oro fue penosa para ellos. Allí aprendieron el mito de Creso y supieron --sin comprenderlo-- que se puede ser pobre, carecer de lo indispensable, teniendo las manos enterradas en el oro engañoso y convencional. Soto debió pagar, entre grandes juramentos de rabia, una libra de oro por una hoja de papel para escribir a su madre. Pedro de Candia estuvo a punto de matar a un soldado de Almagro --de los recién venidos-- que le exige cincuenta pesos de oro por un par botas...".
Carrión Mora, Benjamín. "Atahuallpa", Colección "LunaTierna" 1ª edición: México, 1934.


http://www.lacolecciondepapa.com/2020/03/ruy-lopez-y-una-artesania-peruana.html
 

 

Sergio Ernesto Negri, en una nota para la Revista española Jot Down, comenta::



"La votación fue trece a once. Un tribunal para nada independiente, por cierto, decidió su ejecución. De haber cambiado de opinión uno de los votantes que lo condenaron, hubiera significado la supervivencia del inca Atahualpa. Y esa decisión, a cara o cruz, fue la que en definitiva adoptó el tesorero oficial real Alonso de Riquelme, alguien enemistado con el soberano a causa de una partida de ajedrez…
 
El emperador era lo suficientemente perspicaz como para aprender solo por el ejercicio de observación un juego que era tan ajeno a su cultura. Y eso que esa práctica, entendida como simulación de guerra, era una actividad que el inca no pareciera haber dominado. En efecto, le demandó trece batallas obtener su cargo para, poco después, terminar siendo dominado por apenas más de ciento cincuenta hombres barbudos venidos de tierras extrañas cuando contaba con un ejército propio que superaba los treinta mil hombres."
 
Para seguir leyendo la nota, por favor acudir al siguiente enlace: https://www.jotdown.es/2022/10/jaque-mate-a-atahualpa-y-al-imperio-inca/ 
 

Retrato de Atahualpa - 1945
Oswaldo Guayasamín

 
Ricardo Palma en "100 tradiciones peruanas", recrea la prisión de  Atahualpa y su afición por el juego, enseñado por sus captores.
 

"LOS INCAS AJEDRECISTAS

I.

ATAHUALPA

Al doctor Evaristo P. Duclos, insigne ajedrecista.

Los moros que durante siete siglos dominaron en España, introdujeron en el país conquistado la afición al juego de ajedrez. Terminada la expulsión de los invasores por la católica reina doña Isabel, era de presumirse que con ellos desaparecerían también todos sus hábitos y distracciones; pero lejos de eso, entre los heroicos capitanes que en Granada aniquilaron el último baluarte del islamismo, había echado hondas raíces el gusto por el tablero de las sesenta y cuatro casillas o escaques, como en heráldica se llaman.

Pronto dejó de ser el ajedrez el juego favorito y exclusivo de los hombres de guerra pues cundió entre las gentes de Iglesia: abades, obispos, canónigo y frailes de campanillas. Así, cuando el descubrimiento y conquista de América fueron realidad gloriosa para España, llegó a ser como patente o pasaporte de cultura social para todo el que al Nuevo Mundo venía investido con cargo de importancia el verle mover piezas en el tablero.

El primer libro que sobre ajedrez se imprimiera en España apareció en el primer cuarto del siglo posterior a la conquista del Perú con el título Invención literal y arte de axedrez, por Ruy López de Segovia, clérigo, vecino de la villa de Zafra, y se imprimió en Alcalá de Henares en 1561. Ruy López, es considerado como fundador de teorías, y a poco de su aparición se tradujo el opúsculo al francés y al italiano.

El librito abundó en Lima hasta 1845, poco más o menos, en que aparecieron ejemplares del Philidor, y era de obligada consulta allá en los días lejanísimos de mi pubertad, así como el Cecinarrica para los jugadores de damas. Hoy no se encuentra en Lima, ni por un ojo de la cara, ejemplar de ninguno de los dos viejísimos textos.

Que muchos de los capitanes que acompañaron a Pizarro en la conquista, así como los gobernadores Vaca de Castro y La Gasca, y los primeros virreyes Núñez de Vela, marqués de Cañete y conde de Nieva, distrajeran sus ocios en las peripecias de una partida, no es cosa que llame la atención desde que el primer arzobispo de Lima fue vicioso en el juego de ajedrez, que hasta llegó a comprometer, por no resistirse a tributarle culto, el prestigio de las armas reales. Según Jiménez de la Espada, cuando la audiencia encomendó a uno de sus oidores y al arzobispo don fray Jerónimo de Loaiza la dirección de la campaña contra el caudillo revolucionario Hernández Girón, la musa popular del campamento realista zahirió la pachorra del hombre de toga y la afición del mitrado al ajedrez con este cantarcillo, pobre en rima, pero rico en verdades:

El uno jugar y el otro dormir,
¡ oh que gentil!
No comer ni apercibir,
¡ oh que gentil!
Uno ronca y otro juega …
¡ y así va la brega!

Los soldados entregados a la inercia en el campamento y desatendidos en la provisión de víveres, principiaban ya a desmoralizarse, y acaso el éxito habría favorecido a los rebeldes si la Audiencia no hubiera tomado el acuerdo de separar al oidor marmota y al arzobispo ajedrecista.

(Nótese que he subrayado la palabra ajedrecista, porque el vocablo, por mucho que sea de uso general, no se encuentra en el Diccionario de la Academia, como tampoco existe en él el de ajedrista, que he leído en un libro del egregio don Juan Valera.)

Se sabe, por tradición, que los capitanes Hernández de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes, en Cajamarca, en el departamento que sirvió de prisión al Inca Atahualpa desde el día 15 de noviembre de 1532, en que se efectuó la captura del monarca, hasta la antevíspera de su injustificable sacrificio, realizado el 29 de agosto de 1533.

Allí, para los cinco nombrados y tres o cuatro más que no se mencionan en sucintos y curiosos apuntes (que la vista tuvimos, consignados en rancio manuscrito que existió en la antigua Biblioteca Nacional), funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesita de madera. Las piezas eran hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de idolillos y demás objetos de alfarería aborigen, que hogaño se extraen de las huacas. Hasta los primeros años de la república no se conocieron en el Perú atrás piezas que las de marfil, que remitían para la venta los comerciantes filipinos.

Honda preocupación abrumaría el espíritu del inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes del juego. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empeñada entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo, y el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:

-No, capitán, no... ¡ El castillo!

La sorpresa fue general. Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate.

Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de respetuosa cortesía, el capitán don Hernando de Soto invitaba al Inca a jugar una sola partida, y al cabo de un par de meses el discípulo era ya digno del maestro. Jugaba de igual a igual.

Comentábase, en los apuntes a que me he referido, que los otros ajedrecistas españoles, con excepción de Riquelme, invitaron también al Inca; pero éste se excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del intérprete de Felipillo:

-Yo juego muy poquito y vuesa merced juega mucho.

La tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once. Riquelme fue uno de los trece que suscribieron la sentencia.


II Manco Inca
A Jesus Elías y Salas.

Después del injustificable sacrificio de Atahualpa, se encamino Don Francisco Pizarro al Cuzco, en 1534, y para propiciarse el afecto de los cuzqueños, declaro no venir a quitar a sus caciques sus señorios y propiedades, ni a deconocer sus preeminencias , y que castigado ya e Cajamarca , con la muerte , el usurpador asesino del legitimo inca Huascar , se proponía entregar la insignia imperial al Inca Manco, mancebo de dieciocho años ,legitimo heredero de su hermano Huascar. La coronación se efectuó con gran solemnidad, trasladándose luego Pizarro al valle de Jauja, de donde siguió al del Rímac o Pachacamac para hacer la fundación de la capital del futuro virreinato.

No tengo para que historiar los sucesos y causas que motivaron la ruptura de las relaciones entre el Inca y los españoles acaudillados por Juan Pizarro, y a la muerte de éste, por su hermano Hernando. Bástente apuntar que Manco se dio trazas para huir de Cuzco y establecer su gobierno en las altiplanicies

En la contienda entre pizarristas y almagristas, Manco prestó a los últimos algunos servicios y consumada la ruina y victimación de Almagro el Mozo, doce o quince de los vencidos, entre los que se contaban los capitanes Diego Méndez y Gómez Pérez, hallaron refugio al lado del Inca, que había fijado su corte en Vilcapampa.

Méndez, Pérez y cuatro o cinco más de sus compañeros de infortunio se entretenían en el juego de bolos (bochas) y en el del ajedrez. El Inca se aespañoló (verbo de aquel siglo, equivalente a se españolizó) fácilmente, cobrando gran afición y aun destreza en ambos juegos, sobresaliendo como ajedrecista.

Estaba escrito que como al Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco.

Una tarde hallábanse empeñados en una partida el Inca Manco y Gómez Pérez teniendo por mirones a Diego Méndez y a tres caciques Manco hizo una jugada de enroque no consentida por las practicas del juego, y Gómez Pérez le arguyó:

–Es tarde para ese enroque, señor fullero.

No sabemos si el Inca alcanzaría a darse cuenta de la acepción despectiva de la palabreja castellana; pero insistió en defender la que el creía correcta y válida jugada. Gómez Pérez volvió la cara hacia su paisano Diego Méndez, y le dijo:

–¡Mire, capitán, con la que me sale este indio pu....erco!

Aqui cedo la palabra al cronista anónimo cuyo manuscrito, que alcanza hasta la época del virrey Toledo, figura en el tomo VIII de documentos inéditos del archivo de indias: “El Inca alzó entonces la mano y dióle un bofetón al español. Éste metió mano a su daga y le dió dos puñaladas, de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza; e hicieron pedazos a dicho matador y a cuantos españoles en aquella provincia de Vilcapampa estaban”.

Varios cronistas dicen que la querella tuvo lugar en el juego de bolos pero otros afirman que el trágico suceso fue motivado por desacuerdo en una jugada de ajedrez.

La tradición popular entre los cuzqueños, es la que yo relato, apoyándome también en la autoridad del anónimo escritor del siglo XVI."
Palma, Ricardo; “CIEN TRADICIONES PERUANAS ”  Pág. 425-428
 











http://www.lacolecciondepapa.com/2014/12/conquista-de-america-incas-y-espanoles.html

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