lunes, 13 de septiembre de 2021

ORIGENES DEL AJEDREZ


 

I. Jugar es comprender 

23 agosto, 2021ajedrezlatitudsur

Por Diego Rasskin Gutman 
 
Diego Rasskin Gutman
Rick levanta la mirada del tablero de ajedrez. Cuando quiere evadirse del mundo sin hacerlo se sienta en su mesa, convenientemente reservada, desde donde puede observar el tráfico de gentes que merodean las salas humeantes de su garito. El calor es sofocante, los sueños de libertad son tan ciertos, tan espesos, que pueden leerse en la frente de cada hombre y de cada mujer, en la ciudad perdida a orillas del Atlántico africano. No así Rick. Sus sueños son otros. Ha peleado en la Guerra Civil española, ha estado en París, esperó bajo la lluvia hasta la desesperación a un amor que no supo, ni pudo, llegar a tiempo. Ahora todo es desaliento.

Rick juega solo, elabora las jugadas y pondera la bondad de las ideas. Son 64 casillas y 32 piezas. Las reglas son claras, no pueden romperse, no deben romperse. Rápidamente la escena se convierte en un drama que aparece en forma de muerte, un peón menos. Rick observa un mundo en miniatura sobre el que ensaya las estrategias y tácticas que pondrá en juego más tarde, en el clímax de la historia, cuando el avión se lleve lejos, muy lejos, los fantasmas de su pasado. Claro. Es Casablanca, paradigma del romance y el desencuentro, de la lucha civil y la resistencia ante la barbarie nacionalsocialista, de la integridad y la caballerosidad frente a las palabras vacías.
 




El ajedrez nos hace un retrato inmediato de Rick. Quién mejor para expresarlo que Emanuel Lasker, uno de los más grandes ajedrecistas de todos los tiempos, campeón del mundo desde 1894, año en que arrebataría el título a Wilhem Steinitz, padre de la teoría moderna del ajedrez, hasta 1921, cuando lo perdería contra otro prodigio ajedrecista, el cubano José Raúl Capablanca. Lasker sentencia: “En el ajedrez, las mentiras y la hipocresía no sobreviven mucho tiempo”.

Retrocedamos ahora en el tiempo. Decenas de miles de años atrás. El Homo sapiens recorre África, buscando alimentos, pronto llegará a Asia y a Europa, luego a América. Es un animal inteligente, su cerebro ha aumentado frente al de otros primates. Las neuronas se dividen durante la formación del feto y no tienen sitio dentro del cráneo, así que se las tienen que rebuscar formando curvas y surcos, estructuras que brindan posibilidades de innovar gracias a nuevas vías de comunicación que ahora se pueden establecer para los alrededor de cien mil millones de células cerebrales. Los hombres comienzan a comprender las leyes de la causa y el efecto. Pero siguen haciendo lo que hacen otros animales, menos “pensadores”, pero igual de curiosos ante el mundo que les rodea: juegan. Retozan unos con otros y sienten el contacto entre ellos, se prueban, ensayan su fuerza y su destreza, muestran su belleza, disfrutan con el sexo, forman estructuras sociales con familias y matriarcados. Juegan, juegan y juegan.

Pero el Homo sapiens es diferente, no solo juega con su cuerpo, también lo hace con su mente, con esos millones de neuronas extra que han crecido en su cerebro. Con el tiempo, esos juegos mentales se convierten en misterio. Una cueva, un círculo sagrado, unos elementos, quizás unos huesos de cabra o unos palos afilados que se tiran al aire, el ansia por saber lo que no sabemos: caen los huesos de cabra y el futuro ya está escrito. Así comienza la aventura del conocimiento: unos iniciados, el chamán y la hechicera, que quieren dar sentido a las sombras cambiantes de la caverna. Dibujarán un bisonte muerto y el conjuro ya estará hecho, terminará por caer en la trampa de los hombres. Después querrán saber el porqué de muchas cosas y dominar los misterios naturales, necesitarán dialogar con la misma naturaleza que los aterra, el trueno, el relámpago, el viento y la tierra, el fuego, el aire y el agua. Querrán averiguar si las nieves se derretirán pronto, si el bisonte caerá en la trampa y cuándo.

Un día, el diálogo entre los hombres y la naturaleza se extenderá en todas las dimensiones del tiempo y el espacio. El rito de lo sagrado acabará por convertirse en el rito de lo lúdico; el juego permitirá que la batalla con el bisonte, con la tribu cercana, se haga sobre un espacio delimitado, habrá elementos nuevos, reglas y azares que tomarán forma a lo largo de milenios. El juego no es juego, el juego es naturaleza, es sagrado y responde al miedo de elegir y a la necesidad de comprender. A la imperiosa necesidad de reducir la complejidad del mundo a algo que pueda asirse, tocarse, comprenderse. El chamán y la hechicera, usan las reglas para comprender; el jugador de ajedrez, también.

Ahora volvemos a saltar hacia adelante, pero sabemos que una vez que hemos probado el salto en el tiempo encontraremos la manera de volver al pasado. Estamos en Leyden, en Holanda, poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y leemos un libro singular de la antropología cultural, el Homo ludens, de Johan Huizinga:

El hechicero, el vidente, el sacrificador comienzan demarcando el lugar sagrado. El sacramento y el misterio suponen un lugar consagrado. Por la forma, es lo mismo que este cerramiento se haga para un fin santo o por puro juego. La pista, el campo de tenis, el lugar marcado en el pavimento para el juego infantil de cielo e infierno, y el tablero de ajedrez, no se diferencian, formalmente, del templo ni del círculo mágico. La sorprendente uniformidad de los ritos de consagración en todo el mundo nos indica que tales ritos tienen sus raíces en un rasgo primordial y fundamental del espíritu humano. 
 
Huizinga observa un detalle de gran profundidad y alcance sobre el origen de la sociedad y cultura humanas: el juego es un elemento constructivo, una actividad creadora, que forma a la cultura, que la informa, que le da su peculiar dinámica de relaciones entre las gentes, con sus ritos y creencias, con sus ambiciones, con su altruismo y su generosidad y, claro, también con su avaricia, sus miserias y sus maldades. El juego del cuerpo se traslada a la mente.

¿Pero cómo empieza todo? ¿Cómo empiezan los hombres a ocupar su tiempo con el juego? El juego trasciende el juego, trasciende la metáfora y el modelo. El juego es vida. Es ahí, en ese contexto, mucho, muchísimo antes de la aparición del ajedrez en su forma más o menos moderna, donde podemos entender la pasión que despiertan los juegos. Hagamos entonces una hipótesis razonable. El juego aparece como una forma de conocimiento; un conocimiento que, en su forma más primitiva, se reduce a la causa y el efecto. Poder predecir lo que ocurrirá para que lo desconocido no nos amedrente tanto.

Todo comienza con los ciclos. El día y la noche, el frío del invierno y el calor del verano. Todo vuelve, nada es nuevo salvo la catástrofe que aterroriza al hombre y termina por convertirse en leyenda: la gran inundación, el viento que se llevó al poblado, los rayos que incendiaron el bosque. Lo regular, lo que ocurre todos los días, el ciclo, proporciona seguridad. El sol se eleva por la mañana y se pone por la tarde. Luego viene la luna y las estrellas. Dormiremos y el sol volverá a salir. En el ritmo encontramos algo a lo que agarrarnos. El hombre de las cavernas juega a predecir el efecto a partir de las causas.

Durante el desarrollo cognitivo infantil sucede algo similar. El niño no se cansa de jugar siempre a lo mismo, de oír siempre la misma historia por la noche, de saberse de memoria la película y seguir viéndola hasta la saciedad. Causa y efecto. Ahora pasará esto. El niño está contento porque predice el futuro con seguridad. Una piedra que cae. Siempre cae. Una pelota que bota. Siempre bota. El juego repetitivo, seguro, determinista pero a la vez azaroso, reafirma el conocimiento de las causas y los efectos. Reduce la complejidad y la incertidumbre del mundo exterior poniendo reglas, generando ritos, haciendo círculos sagrados o tableros con casillas. El juego, el rito, la vida. Todos queremos que Messi haga lo que hace siempre, que tire una diagonal de derecha a izquierda con la pelota atada a los pies, que deje atrás a cinco contrarios y lance el zurdazo letal a la red. El jugador de ajedrez que ha interiorizado las ideas de una apertura se siente seguro al jugarla y esa familiaridad reafirma el sentido de pertenencia a un grupo de iniciados. El bar de Rick en el corazón de Casablanca, su mesa apartada, el tablero, las piezas, los movimientos.

Volvamos brevemente sobre el círculo, un ámbito donde existen leyes propias (leyes sagradas), patrones llenos de significados para el iniciado, un elemento de azar que, sin embargo, está regido por leyes sobrenaturales. Juegos de adivinación, oráculos, el I Ching, piezas que caen sobre un círculo sagrado y, de pronto, un tablero. En este nuevo espacio hay casillas que delimitan las posibilidades, piezas que las recorren sorteando peligros para llegar al final del camino en el mismo centro donde se encuentra la recompensa (el viejo bisonte de la hechicera), es el parchís milenario. El tablero se reconvierte en el ashtapada de 64 casillas y los cuatro vértices del parchís son ahora ejércitos, asistimos al nacimiento del chaturanga. Más adelante, los cuatro ejércitos se convertirán en dos y las formas primitivas del ajedrez habrán visto la luz, hacia el siglo VII de la era común.

Durante estos viajes, hemos asistido a una transformación de ida y vuelta, comenzando por el juego animal hacia lo oculto, misterioso y sagrado, para volver nuevamente hacia lo lúdico; una transformación que no nos puede dejar impasibles, ya que se trata del viaje del conocimiento. Formas de comprender la complejidad del mundo. Falta otro viaje fundamental, que dará vida al juego que hoy disfrutamos, un largo camino hacia Persia, norte de África y Europa que lo irá convirtiendo en el ajedrez moderno. Pero esa historia la dejamos para la próxima.

 II. Cosmogonías, guerras y naranjas gigantes

13 septiembre, 2021ajedrezlatitudsur

Por Diego Rasskin Gutman

La cuestión de los orígenes siempre es interesante. Hay algo en la historia, en el comienzo de las cosas, que nos atrapa y nos hace querer saber más. Siempre creemos que al saber de dónde vienen las cosas, sabremos algo misterioso acerca de su naturaleza, de su realidad, que no podíamos conocer de otro modo simplemente mirando a su evolución pasada, a su desarrollo presente o a su posible devenir futuro. Tarde o temprano, en la vida de cada uno, hay un interés personal por saber más acerca de nuestros orígenes: el pueblo de los abuelos, cómo se enamoraron nuestros padres, bajo qué árbol cerca de qué puente se pusieron a salvo del resto del mundo. 
 
 


Comencemos el viaje a los orígenes. Miles de años atrás, un paisaje difuso de fronteras lejanas y exóticas en alguna región perdida entre la India y la China actuales. Viejos sabios de bigotes infinitos o jóvenes iniciados, de piel quemada por el sol. En un campo de árboles frutales, lo improbable: una naranja gigante. Y en el interior de esa naranja gigante, lo más improbable aún: dos viejos sabios pasan la eternidad jugando al ajedrez. Una antigua leyenda china. Es en la cosmogonía china donde podemos encontrar pistas acerca de los orígenes; si en la cosmogonía hindú tenemos una tortuga y cuatro elefantes que sostienen nuestro planeta, en la china nos encontramos con la dialéctica del todo y la nada y las infinitas combinaciones del código binario representadas en los hexagramas del I Ching.

En el artículo anterior pusimos las bases para una indagación acerca de los orígenes del ajedrez. Nos interesamos por el viaje del conocimiento, no por el hecho en sí del origen del juego. Entonces, establecíamos una línea genealógica entre el oráculo y el juego, entre lo sagrado y lo lúdico, entre el animal que juega y el animal que conoce. Las metáforas cambian: antes de establecerse como una metáfora de la sociedad, de la mano de la estricta moralidad cristiana, como le ocurrirá al ajedrez de la Edad Media europea, iban más allá, eran la gran abstracción, el universo entero.

 
En la ciencia pasa igual. Antes de la división del conocimiento científico en campos más o menos definidos se hablaba de una Historia Natural en donde todo se estudiaba al mismo tiempo. Los sabios eran alquimistas de la realidad. Hoy en día, la especialización del conocimiento hace esto imposible y nos encontramos con la física, la química y la biología como grandes campos del saber científico. Hay, por supuesto, un tema común a todas ellas: la organización de la materia. Todo y todos, estamos hechos de las mismas substancias, de los mismos elementos; todo y todos, estamos relacionados.

 
Hay tres cuestiones acerca de los orígenes que han permanecido como interrogantes de manera invariable a lo largo de la historia del conocimiento humano:

El origen del universo, o… la Creación.

El origen de la vida, o… la Creación.

El origen del hombre, o… la Creación.

El denominador común, esa insistencia religiosa en llamar a las cosas con un único nombre, la Creación, nos recuerda que venimos de un pasado de esplendorosa, si acaso altamente imaginativa, ignorancia. Los mitos, las leyendas, las explicaciones ad hoc, sobre las cuestiones relacionadas con los orígenes han determinado la historia de las civilizaciones hasta el comienzo de la Ilustración y de la ciencia moderna, donde por fin se las naturaliza y se las acomete desde una perspectiva abordable, más acá de la metafísica. Desde Galileo y Newton hasta Einstein y Feynman. Desde Darwin y Oparin hasta Miller y Crick.

Hay, también, un origen sacro en el ajedrez, una Creación, sagrada, mágica. El viaje comienza en sistemas de adivinación: puntas o flechas o varillas que se tiran al aire cuya caída sobre un círculo sagrado permite vislumbrar el futuro. Ahí ocurre un proceso de conversión en el que el círculo se convierte en un espacio propio, un modelo del universo, cuadriculado, por donde corren las fichas en busca de una recompensa. La decisión la tomará un dado. Ocho por ocho. Las 64 casillas del tablero ashtapada hindú y, en la tradición taoísta, los 64 hexagramas del I Ching, el origen de todo, que es también un juego dialéctico.
 
¿Dónde, cuándo? No hay una historia cierta acerca de los orígenes del ajedrez. Todas son plausibles aunque unas más que otras. Las que lo sitúan en el antiguo Egipto y la antigua Grecia parecen estar equivocadas. Los juegos de mesa con tableros y piezas poseen una antigüedad cercana a los 6000 años. Existen evidencias de múltiples juegos tanto en el antiguo Egipto como en la antigua Grecia que se han confundido con los precursores remotos del moderno ajedrez. En la tumba de Nefertari, del año 1250 antes de la era Común, hay un fresco en donde se muestra a la reina egipcia luciendo su túnica blanca, jugando sobre un tablero sobre el que se vislumbran algunas piezas de forma incierta. En Grecia, un ánfora de Exequias, retrata a Aquiles y Ajax jugando sobre un tablero. Estos descubrimientos, y otros como las piezas del siglo II halladas en Uzbekistán, simplemente señalan la existencia de los juegos de mesa como una constante en distintas civilizaciones, pero no del ajedrez.

La hipótesis más plausible, aleja al origen del ajedrez a la región oriental del subcontinente indio, en la frontera chino-india, hace unos 1500 años. Ahí se encontraron los primeros vestigios ciertos del chaturanga y, desde ese momento, en un largo camino hacia occidente irá transformándose primero en shatranj y luego en el ajedrez (al-shatranj, al-xadrex, ajedrez) que iría sufriendo unas cuantas —no muchas— modificaciones, hasta el ajedrez moderno. En Europa entraría por dos vías, por la vía árabe hacia la península ibérica, Italia y el resto de la Europa mediterránea y, tal vez, por la vía mongola hacia Rusia, Europa central y los países escandinavos. 
 
 
 
 
Desde la aparición del chaturanga, juego de cuatro ejércitos de ocho piezas cada uno que se repartían por las esquinas del tablero, varios siglos tendrían que sucederse hasta que el juego pasara a formar parte de la cultura hindú y mereciera un lugar en los versos de sus poetas contemporáneos. En el poema sánscrito Vasavadatta, de Subandhu, que data de finales del Siglo VI, se lee: “El tiempo de las lluvias jugaba, las ranas eran sus piezas, de colores amarillo y verde, como si estuvieran moteadas con laca, saltaban sobre las casillas del jardín”. Unos años más tarde, se habla del juego con más concreción. El poeta Bana, escribe: “… solo los asthapadas enseñan la posición del chaturanga”.


Son las casillas del ashtapada, las 64 casillas del universo acotado sobre el cual se jugaría el chaturanga. El juego incluía piezas como el rajá, el consejero, el elefante, el caballo, el carro y los soldados. Y no cabe duda de que se trataba de una batalla con piezas que eran equivalentes a la armada india de la época, de hecho, la palabra chaturanga (cuatro secciones) se refiere específicamente a dicha formación bélica. 



En el tablero de ajedrez, con sus 64 casillas, las blancas simbolizan la nada de las negras y las negras, la nada de las blancas. Yin y Yang. Cuando las blancas hacen un movimiento, comienza el juego dialéctico: mi todo es tu nada, tu todo es mi nada. Claude Shannon, padre de la teoría de la información y de la Ciencia de la Computación, cierra el círculo, un círculo que no es sagrado, ni mágico, sino exclusivamente del conocimiento, y utiliza el mini-max, un algoritmo que juega al ajedrez, que explota mi mejor realidad en función de la tuya. La metáfora se abre y pervierte el modelo del mundo, del universo, para adentrarse en el pensamiento humano, la toma de decisiones y la inteligencia. La materia se organiza aún más. Ya tendremos tiempo de explorarla, poco a poco.
Sobre el autor
https://www.facebook.com/diego.rasskingutman
: Diego Rasskin-Gutman es Investigador Titular del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universidad de Valencia, España, donde lidera el grupo de Biología Teórica. Se especializa en modelos matemáticos de fenómenos evolutivos y de desarrollo, con énfasis en la teoría de redes y complejidad. El ajedrez es su pasión y excusa para ahondar en cuestiones que atañen a la creatividad humana, los procesos cognitivos y la reducción de la complejidad del mundo. Autor del libro “Metáforas de ajedrez: La mente humana y la Inteligencia Artificial (La Casa del Ajedrez, 2005), divulga sobre ajedrez en la revista Peón de Rey y Magazine Jot Down.
 

jueves, 2 de septiembre de 2021

LA PIEZA DE LA REINA APARECE EN EL AJEDREZ (4/4)



Difusión por los vikingos, menciones en España y conclusiones 

 

30 abril, 2021ajedrezlatitudsur

Por Sergio Negri


LA REINA COMO IMAGEN EN ANTIGUOS SETS DE PIEZAS EN EUROPA


Al apoyarnos en elementos literarios bien sabemos que se comenzó a hablar de la pieza de la reina en el ajedrez desde fines del siglo X a partir de su mención en Versus de Scachis. Desde entonces, como comprobamos a partir de otras fuentes literarias concomitantes correspondientes a geografías diversas, se puede también asegurar que ese ingreso al juego se habrá de dar en un proceso continental gradual, pero persistente, en aras de su definitiva incorporación sobre el tablero en reemplazo del exótico visir oriental.


El jardín del amor c. 1465. Master E. S. (Alemania), grabado representando el arte profano vinculado al amor cortés (con el ajedrez como testigo) . Actualmente en Berlin, Kupferstichkabinett, L214 (Lehrs II.302.214; Bartsch X.54.31)  
Wichman & Wichman, en su hermoso trabajo, si bien no dejan de consignar referencias a textos escritos, se concentran en presentar imágenes muy representativas en las que exhiben sets de piezas muy antiguas, algunas de las cuales incluyen a la soberana, dando la pauta clara de que, ya desde el siglo XI, existen en territorio europeo.

LA PIEZA DE LA REINA EN EL MAL LLAMADO AJEDREZ DE CARLOMAGNO (SIGLO XI)

Por una parte, ha sido objeto de mucha investigación el caso del mal llamado ajedrez de Carlomagno, cuyos trebejos fueron tallados en marfil de elefante, sobre los que ahora se sabe, con más certeza (aunque no absoluta), que podrían haber sido fabricados en Salerno, Italia, en el siglo XI.

Allí se contempla la respectiva figura femenina. El fundador de la estirpe imperial carolingia, gobernó entre los siglos VIII y comienzos del IX en los que difícilmente el ajedrez hubiera ingresado a sus dominios o, en todo caso, tuviera relevancia en términos de su difusión. La asignación a su linaje del juego tuvo que ver con leyendas y razones políticas de otro orden y no a la absoluta verdad histórica.

Con todo, que esas imágenes sean de comienzos del segundo milenio, no deja de constituir una constatación que da pistas temporales y geográficas sobre la presencia de la reina en territorios italianos en forma temprana. Y ello a pesar de que el algo posterior manuscrito Bonus Socius (producto cultural del norte de la península, a diferencia de la presunta localización oriunda del ajedrez de Carlomagno), como ya indicáramos previamente, siendo un texto didáctico aún no la preveía. 
 
La pieza de la reina en el “ajedrez de Carlomagno” (S. XI)
 

En esta diversidad de situaciones hay un hecho histórico clave que es explicativo: Salerno y los territorios meridionales de la península (sumándose a los continentales la isla de Sicilia), fue invadida en 1076 por los normandos por lo que, las piezas de la reina diseñadas en esa comarca podrían ser adjudicadas a una tradición nórdica, en perfecta sintonía con el hallazgo de las piezas de Lewis, tema al que nos referiremos a continuación .

A la reina del set de Carlomagno se la ve en un plano elevado, dentro de una caja, junto a dos cortesanos que sostienen los cortinados, quienes la asisten y protegen, en una imagen que apela a cierto tono reverencial. 
 
Otra imagen de la pieza de la reina en el “ajedrez de Carlomagno”
 

AUSENCIA DE LA REINA EN LAS PIEZAS DE ÁGER Y EN OTROS SETS DE LA REGIÓN DE LOS PIRINEOS (c. SIGLO XI)


Siendo de la misma centuria que esas piezas que provendrían de Salerno, las de cristal de roca que pertenecen a la ex Colegiata de San Pedro Áger, España, que se las exhibe actualmente en el Museo Diocesano de Lleida en Cataluña y en el Museo Nacional de Kuwait (en este caso a partir de la adquisición de parte del conjunto), respetan perfectamente la imaginería árabe con lo que, por supuesto, no era esperable que hubiera en su conjunto, trebejo alguno con connotación femenina.

No habría que dejar de reparar que el diseño abstracto musulmán, no sólo que no permitía identificar a las figuras por su sexualidad diversa sino que, más integralmente, tampoco debían remitir a personas o animales por motivos profundamente religiosos. 
 
Piezas de Áger (S. XI)
 

Tampoco estaba la pieza de la reina en otros conjuntos de piezas legados a distintos Monasterios en la zona de los Pirineos desde el siglo XI, como las correspondientes al testamento precursor del Conde Ermengol de Urgel, en Cataluña, y otros posteriores de ese linaje y del de otros de la región.

PIEZAS DE LA REINA DEL SIGLO XI EXHIBIDAS EN MUSEOS DE FRANCIA 


A Francia el ajedrez ingresó, fundamentalmente, por el lado de los Pirineos. Pero ya hemos visto que la prolongada estadía árabe en territorios de la península ibérica hicieron que la aparición de la pieza de la reina no estuviera en ese territorio de origen en tiempos pioneros. En esas condiciones: ¿cómo explicar que existen sets de piezas del siglo XI que ya la incluyen correspondiendo a territorios galos?

Podríamos especular que ello hubiera podido, alternativamente, ocurrir por intercesión de los pueblos del norte. Los vikingos merodearon no sólo por Inglaterra, sino que con los normandos irán al sur de Italia y a Sicilia (donde los musulmanes ya habían introducido su proto-ajedrez) y, también lo aportarán en el norte del continente, por el lado de los Países Bajos y en la propia Francia: mucho se recuerda el asedio vikingo a París en el siglo IX, y que, desde ese mismo instante, se estableció en el noroeste de ese espacio un dominio, que será la región de Normandía, desde donde precisamente operó la conquista de Inglaterra por ese pueblo.

El ajedrez, ya sabemos, era parte de las alforjas de las vías del comercio y de las conquistas. Ese es un punto de vinculación fuerte que explica que Francia tuviera la pieza de la reina que era idiosincrásica con origen en los pueblos del norte y no en la vecina España.

Quizás influida por este proceso, vemos que en el Museo Nacional de la Edad Media o Museo Cluny, París, se exhibe una bella imagen del siglo XI, confeccionada en marfil, que procede de la Catedral de Reims. No habría que olvidarse que Reims fue asediada por los normandos, razón por la cual sus habitantes construyeron murallas defensivas en el siglo IX. 
 
Pieza de marfil (S. XI) en el Museo de Cluy, París, Francia (arriba, anverso)

En este caso se la presenta a la reina en una escena que la vincula a Jesucristo, por lo que podría adscribirse a un culto mariano tan en boga en la zona y en ese tiempo. Por ende, se la podría excluir, en principio, de toda influencia vikinga. 
 
 

Contrariamente, hay dos piezas de la reina que son de fines del siglo XI, también de marfil, que tendrían una génesis de la porción meridional de Italia (Salerno o Amalfi), por lo cual la influencia normanda en ese caso sí debió existir. Se las expone en el Cabinet des Médailles (Département des Monnaies, médailles et antiques) de la Biblioteca Nacional de Francia en París. A la soberana la asisten dos personas que corren los velos del cortinado que pudiera ocultarla. 
 
Pieza de la reina del sur de Italia (S. XI), Cabinet des Médailles, París, Francia
 
 

UNA PIEZA DE LA REINA EN ALEMANIA CON PROBABLE ALUSIÓN A MATILDE DE CANOSSA (S. XII)


Una imagen muy antigua de marfil, ya que sería de la primera mitad de esa centuria, se puede apreciar dentro de la Colección de Esculturas del Museo Estatal de Berlín, Alemania. Es originaria de la porción meridional de Italia, muy probablemente de nuevo de Salerno. Allí se ve a la soberana sentada en su trono en forma muy confortable.

Para Yalom esta figura podría remitir a la noble toscana Matilde de Canossa (1046-1115), una de las mujeres más influyentes de la Edad Media, que era de Toscana, quien estableció alianzas con el papa Gregorio VII (1020-1085) en su polémica con el emperador romano-germánico Enrique IV (1050-1106). Una mujer poderosa fortaleciendo la viabilidad de la existencia de una pieza de la reina en el ajedrez. 
 
Pieza de la reina (S. XII) en el Museo del Estado de Berlín, Alemania
 
 

PIEZAS DE LA REINA EN LA CULTURA NÓRDICA


Es notable que la mayoría de las piezas de la reina que se han hallado correspondientes a tiempos pioneros pertenecen a la cultura nórdica. Ya vimos que, en el caso del ajedrez de Carlomagno, la manufactura correspondería a una Salerno en tiempos en que los normandos ocuparon ese territorio.

No se sabe a ciencia cierta cómo ingresó el ajedrez a esos territorios septentrionales del continente europeo, pudiendo haber ello ocurrido por dos vías lógicas, dada la proximidad: desde Alemania a Dinamarca o, complementariamente, por una ruta con inicio en Rusia, pasando desde allí directamente a lo que será el Reino de Noruega y la actual Suecia. También se ha especulado que podría haber sido la vía de contacto inicial Bizancio, habida cuenta de que en el siglo IX solían haber guardias noruegos en esos territorios. Lo cierto es que el poderoso rey Canuto II (995-1035) de Dinamarca, fue un reconocido aficionado al ajedrez (aunque algunos entienden que el pasatiempo en cuestión era el hnafatfl, otro juego de tablero, de origen nórdico y muy antiguo), dando cuenta de un episodio temprano sobre el juego en esos territorios escandinavos.

De lo que hay absoluta certeza es cómo los vikingos (es decir los nórdicos que se orientaban a ultramar), en el marco de sus conquistas (emulando al pueblo musulmán que hiciera lo propio en tiempos previos), en sus excursiones llevarán el ajedrez, contribuyendo a su difusión o directamente siendo los responsables de su ingreso, en territorios tan distantes que van del sur de Italia a Inglaterra, pasando por Francia y los Países Bajos. La aún más lejana Islandia es otro caso prototípico aunque, claro está, esa isla fue colonizada por ese pueblo desde el siglo IX.

Otra contribución importante de la cultura nórdica es que, como reflejo de una sociedad que en muchos sentidos era más igualitaria desde la perspectiva del género (sus mujeres participaban en las batallas sin demasiados remilgos, aunque de todos modos regían los valores patriarcales), la pieza de la reina en el ajedrez habría aparecido plenamente desde los inicios, a diferencia de lo acontecido en otras geografías en donde se dio un proceso lento por la transición desde el visir oriental. Sobre el punto resultan notables que, por ejemplo, en los relatos islandeses, las mujeres más representativas tiendan a ser fuertes, independientes y agresivas, como se muestra en la antigua saga (sería del siglo XI) Heiðarvíga.

En este contexto, no habrá de extrañar que muchos de los hallazgos de piezas de la reina del ajedrez correspondan a este origen. De hecho se han hallado numerosas imágenes representativas que son del siglo XII, de Escandinavia (incluyendo Islandia) a Groenlandia. Por supuesto que, en este marco, el principal hallazgo corresponde a las denominadas “piezas de Lewis”, tema que abordaremos seguidamente.

LA REINA INCLUIDA DENTRO DEL CONJUNTO DE PIEZAS DE LEWIS (S. XII)

Dentro de las evidencias relativamente tempranas registrando la aparición en el ajedrez de una pieza con rostro de mujer, teme sobre el que no procuramos ser exhaustivos sino, como en el caso de las referencias literarias, dar pistas de los elementos más representativos, sin dudas que el hallazgo más importante es el de las denominadas piezas de Lewis, descubiertas en el siglo XIX.

En esa isla, integrante de las Hébridas, al oeste de Escocia, en el Mar homónimo (brazo del Océano Atlántico), se descubrió un conjunto de 14 tableros y 93 piezas (82 se exhiben en el Museo Británico y 11 en el Museo Nacional de Escocia; 78 son figuras y 14 son discos planos), que serían de la segunda mitad del siglo XII, entre las cuales hay 8 que corresponden a la reina del ajedrez.

A estas se las aprecia entronizadas en sillas ornamentadas (similares a las de los reyes) y coronadas en forma simple, llevando un velo sobre el pelo, que cae sobre los hombros. En todos los casos visten una túnica, con mangas cortas por debajo, usando adornos similares a bandas en las muñecas. La mano derecha, que se apoya en la mejilla, en una expresión que se considera de sorpresa, es muy emblemática, y recuerda un dibujo hallado en las ruinas de un palacio noruego en Nidaros (la entonces capital del reino).

La conexión cultural con la metrópoli es clara habida cuenta de que Lewis formó parte, entre 1079 y 1266, del Reino de Mann y las Islas, desde que fueran incorporadas a sus dominios por los vikingos. 
 
 


El diseño de las piezas es románico, siendo la mayoría de material de marfil de morsa, probablemente procedente de Groenlandia (otras son de dientes de ballena). Se habrían tallado en Noruega, en la ciudad de Trondheim (por entonces se la denominaba Nidaros). Hay una hipótesis alternativa, desde luego controversial, que pone el origen de este conjunto en Islandia. En cualquier caso, su origen nórdico está fuera de discusión.
Reyes y reinas (abajo) y la asombrada reina (arriba) del conjunto de piezas de Lewis

Formato de la pieza de la reina en el conjunto hallado en la isla de Lewis
 
Tres reinas con expresión de asombro y un rey circunspecto y con una espada que impone respeto, en el conjunto de las piezas de Lewis

¿UNA PIEZA DE LA REINA DEL SIGLO XII DE ORIGEN ESPAÑOL?


Ya hemos visto, al reparar en las referencias literarias, que la pieza de la reina aparece en la tradición hispánica en forma algo tardía respecto de lo sucedido en otras geografías europeas, incluso en la vecina Francia. Se ha argumentado, y no sin parcial razón, que el hecho de que aparecieran trebejos con rostro de mujer en tallas no necesariamente implicaba que se jugara con ella. Siempre existe la posibilidad de que su presencia obedeciera a su condición de meros objetos de ornamentación y, en algunos casos, de reverencia hacia soberanas reales máxime que, en muchos casos, esa clase de objetos podían ser donados y exhibidos en Monasterios u otros lugares de interés en mérito a su valor.

Igualmente, esta teoría cede, al menos en su expresión absoluta, si se aprecia la presencia clara y consistente de la pieza de la reina, al menos en la tradición nórdica. El conjunto de las piezas de Lewis es conclusivo en este aspecto ya que, en ese contexto, junto a ocho reyes aparecen ocho reinas. El visir, había dejado definitivamente su lugar a la soberana, como se demuestran en las estatuillas que la representan, no solo en ese caso sino en tantos otros, incluidas las halladas en la porción meridional de Italia bajo influencia normanda.

En esta búsqueda de hallazgos históricos, aparece un caso muy interesante, el de la pieza de la reina del siglo XII que se exhibe en el Walters Art Museum de Baltimore, EE. UU., la cual, siendo de estilo románico, con influencias bizantinas, se cree que es de origen español.

La constatación de su procedencia merecería una investigación más profunda ya que ese hallazgo, de tener aquella fuente, es de carácter excepcional y, a su manera, pone en tela de juicio la idea de que la pieza de la reina hubiera aparecido en la península ibérica en tiempos posteriores (como refleja su literatura o, para un mejor decir, la ausencia de ella en cuanto a referencias sobre la pieza de la reina en tiempos previos al siglo XIV) .

Apuntalando la hipótesis, se destaca que lleva un tocado al estilo de las reinas y damas españolas de ese momento: una capucha apretada que rodea la cara la que es sostenida por una diadema. Ese es un elemento que lo vincula con la cultura hispánica aunque, también se ha sostenido (con menos fuerza), que por el hecho de haber sido construida con marfil de morsa, podría tener un origen alternativo, quizás germano. 
 
Pieza de la reina ¿española? (siglo XII) en el Museo de Arte Walters de Baltimore, EE. UU
 
 

OTRAS PIEZAS DE LA REINA EN LA TRADICIÓN NÓRDICA (SIGLO XIII)


Pasando al siglo XIII, dentro del origen nórdico y con una tipología consistente respecto de previos descubrimientos de ese origen, tenemos el caso de otras figuras con rostro de mujer, por caso sendas de hueso de morsa (en una de ellas la soberana está montada en un caballo), que se muestran en el Museo Nacional de Dinamarca en Copenhague. También en ese espacio museístico hay otra de marfil, con la mujer sobre el equino, aunque en este caso sería del siglo XIV. 
 
Pieza de la reina de hueso (siglo XIII) en el Museo Nacional de Copenhague, Dinamarca
 
 

Otra pieza de la reina de hueso (siglo XIII) 
en el Museo Nacional de Copenhague, Dinamarca
 
 
Pieza en marfil (siglo XIV) en el Museo Nacional de Copenhague, Dinamarca
  
 
Otra pieza interesante, siempre de origen nórdico y de marfil, y con la reina sobre el corcel, se aprecia en la colección del Museo Metropolitan de Nueva York. 
 
 

Para finalizar la recorrida, mencionemos a otra pieza de la reina, confeccionada en hueso, que sería de fines del siglo XIII, la que se exhibe en el Kunstgewerbemuseum (Museo de Arte Decorativo) de Colonia, Alemania. 
 
Pieza de la reina (S. XIII) en el Museo de Arte Decorativo de Colonia, Alemania
 
 
Como regla general hay que decir que, en todos los conjuntos de piezas analizados, en una cuestión que resulta del todo lógico en el marco de sociedades jerárquicas (y el ajedrez fue el mejor espejo de la sociedad medieval), el tamaño de los trebejos no es uniforme. A fin de representar el distinto poderío en las cortes, la pieza del rey era diseñada con la máxima altura relativa e, inmediatamente después, aparecía, en orden de estatura la pieza de la reina, por delante de todas las restantes, en inequívoca señal de poder (dentro y fuera del tablero).

Este detalle es muy relevante ya que, más allá de la mayor o restringida posibilidad de movimiento de la pieza de la reina en el juego, al menos en el diseño de las estatuillas se le asignaba un mayor valor respecto de todas las otras piezas, con la clara excepción de un rey, ese que nunca podría ser capturado, al menos dentro del espacio ajedrezado.

A MODO DE CONCLUSIÓN


Desde Versus de Scachis de fines del siglo X, con el influyente texto de Cessole de unos 300 años más tarde, podríamos contemplar que se dio un progresivo proceso de aparición en Europa de la pieza de la reina, desplazando al visir oriental, del que heredó la primera forma de movilizarse (la que luego evolucionaría) y el espacio ubicándose al lado del rey.

A partir de la constatación de la inclusión de la pieza respectiva en textos literarios de esos tiempos medievales, se podría conformar una suerte de cuadrilátero, integrado por los territorios de influencia de las actuales Alemania, Inglaterra, Francia e Italia, en donde la pieza de la reina hubo de aparecer en el ajedrez, posicionándonos desde la primera mitad del siglo XIV y mirando desde allí hacia el pasado.

Por supuesto que para arribar a esta conclusión, se consultaron textos que no son específicamente de divulgación, aunque los de Neckam y Cessole podrían aspirar a ser tomados en cuenta, más allá de sus aspiraciones más extendidas, dentro de ese rubro.

Como en esos tiempos el ajedrez se jugaba fundamentalmente en las cortes, que aparezcan referencias literarias significativas que hablaran de la inclusión en el juego de una pieza con rostro de mujer, está lejos de ser un dato menor. Es que la literatura cumple una doble función: retrata la realidad y la anticipa. Bajo cualquiera de esas posibilidades, que en importantes textos medievales se hable de la existencia de esa clase de trebejo, tiene no solo un impacto social sino que, desde la cultura, llega inexorablemente, más temprano que tarde, a la práctica cotidiana.

Bajo esta perspectiva, la presencia de la figura de la reina en el ajedrez se habría dado en primera medida en el corazón de Europa (Alemania/Suiza, tomando las referencias nacionales actuales), siguiendo luego fuertemente en Inglaterra y la región nórdica, con especial predicamento en su divulgación del pueblo vikingo en el marco de sus conquistas.

Para fundamentar este último agregado, la apoyatura deviene no ya de la literatura, sino de las poderosas imágenes de las piezas de ajedrez halladas en diversos sitios (desde las de la isla escocesa de Lewis a las de la zona de Salerno en Italia) que incluían, siempre, a la reina junto al rey.

Y ese aporte nórdico tiene otra fuerza explicativa en el caso inglés ya que, como es bien sabido, desde Guillermo el Conquistador (c. 1028-1087) los normandos hicieron baza en la isla (viniendo desde territorios de una Francia conquistada antes) y, si no se ingresó el ajedrez en la isla por entonces como se suele suponer, al menos en ese tiempo se contribuyó a su difusión.

Francia exhibe cierta atipicidad ya que la introducción de la reina podría tener allí un origen probablemente mixto: al mentado por influjo de la influencia normanda, se le agrega una impronta local, del todo idiosincrásica, ya que la pieza de la reina no remite tanto a las soberanas de la corte sino, adquiriendo una connotación mística, sino por su advocación al culto mariano.

El último lado del cuadrilátero, el de Italia, muestra que en su parte septentrional (ya en la meridional habían hecho su aporte también los normandos), con el influyente texto de Cessole, se termina por consagrar en ese territorio la reina en el ajedrez. Para más, como ese trabajo tuvo gran difusión, a partir de la aparición en muchos puntos del continente de manuscritos (y algo más tarde, con la imprenta, de libros), ya fue del todo irreversible que la reina, para el siglo XIV en toda Europa (salvo en Rusia), desplazara al exótico visir.

Un caso algo atípico lo representa España que, al menos desde la constatación de las fuentes literarias, quedó algo rezagada en este proceso, lo que es del todo comprensible por el amplio (desde lo territorial) y extenso (desde lo temporal) dominio musulmán, que se prolongó hasta fines del siglo XV. Es lógico, en esas circunstancias, que siguiera predominando en ese espacio el modelo árabe de juego (el del shatranj) el cual, como bien lo sabemos, no contemplaba pieza alguna con rostro de mujer.

Sin embargo también creemos que podría haber una tensión en la población local a que se reconociera a la reina, como tal vez lo demuestra, y en forma particularmente temprana, la pieza que se exhibe en el Museo de Arte Walters de Baltimore, EE. UU., que podría tener origen en la península ibérica, la que está datada en el siglo XII. En cualquier caso, contrasta esa situación con el hecho de que, conforme nos ilumina el investigador español José Antonio Garzón Roger, quizás la primera vez que se nombre a la pieza de la reina en la península en textos escritos haya sido en las traducciones al catalán del texto de Cessole.

En efecto, en la primera recepción de ese texto a ese idioma, que está en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, fechado en 1385, se emplea la grafía regina. En las siguientes traducciones, de los primeros años del siglo XV, encontramos también regina y, en algún caso, también reyna. Este término es igualmente el que figura en la versión catalana de ese libro que se conserva en la Biblioteca Vaticana que corresponde a la primera mitad del siglo XV.

Si en esta incorporación de una figura con rostro de mujer en el ajedrez España aparece en forma tardía, ya tendrá oportunidad de reivindicación, y con creces, cuando en el siglo XV, al influjo de la poderosa Isabel I de Castilla (1451-1504), vayan a aparecer en el último cuarto de esa centuria los textos emblemáticos que contemplen a la pieza de la reina con todo el poderío posible, es decir moviéndose como torre y los dos alfiles.

Ello habrá de connotar la aparición de la escuela moderna del ajedrez (con aportes que provendrán fundamentalmente desde Valencia y Salamanca), juego que, claramente, a partir de ese momento, tomará distancias definitivas respecto del que en algún momento había ingresado junto a la invasión árabe por el sur, y al que con Alfonso X se logró metamorfosear, solo en parte, al cambiar a la pieza del visir por la del alferza.

En estas condiciones, a partir de ahora, se distinguirá el ajedrez viejo del axedrez de la dama (en España), o eschés de la dame o eschés de la dame enragée (en Francia), o scacchi della donna o alla rabiosa (en Italia) o, en definitiva, al ajedrez moderno. Pero esa es otra historia. Sólo por el momento agreguemos que la idea de furiosa que se connota en las dos últimas expresiones apelan claramente al movimiento ampliado de la reina y, culturalmente, deja de paso sentado cierto temor de los varones de perder poder frente a lo que podía convertirse en un, a su juicio peligroso, avance del ginocentrismo.

Si en España fue preponderante para la aparición de la reina del ajedrez el papel desempeñado por Isabel la Católica, algo relativamente equivalente sucederá en Rusia con la zarina Catalina II (1729-1796). Es que, recién con Catalina La Grande la pieza de la reina, y del todo tardíamente, tendrá estado de presencia en un territorio en el que el ajedrez ingresó sin embargo en forma muy temprana, adquiriendo gran predicamento en su población, pero sin contar con trebejo alguno con rostro de mujer por demasiado tiempo.

En esa geografía, si bien en material fílmico se puede apreciar a Iván IV el Terrible (1530-1584), otro cultor del juego, jugando en un tablero en el que aparecía la figura de la reina, fundamentalmente en el trabajo que le dedicara a esa controvertida figura histórica el eximio cineasta soviético (letón) Serguéi Eisenstein (1898-1948), ello no se ajustaría a la verdad histórica. Este retraso en admitir a la pieza de la reina, en el caso de Rusia, puede estar más asociado a una demora en su proceso de modernización que se dio recién desde Pedro I el Grande (1798-1834), por lo que, en el marco de tradiciones más rígidas, los cambios, en todos los planos, necesariamente debieran ser más tardíos.

Para que la reina aparezca en el juego del ajedrez había que estar a la altura de los nuevos valores de la que, con el tiempo, se denominará Edad Moderna. Por lo pronto es notable que, aún en el siglo XVIII, se pudieran hallar juegos de ajedrez en Rusia que continuaban presentando al visir (y no a la reina), lo que era impensable para cualquier otro punto europeo de la época. Y que en esa gran nación, al aludirse a la pieza respectiva, se lo hace con el término ferz (Ферзь), es decir connotando al visir oriental. Sin embargo, en forma coloquial, desde el siglo XVII se pueden emplear otras alternativas: korolevna (hija del rey); tsaritsa (zarina), y baba o boyarina (mujer anciana); y también los de koroleva o krala (directamente reina), en línea con la expresión polaca krôlwa.

Como en cualquier sitio y tiempo, los fenómenos profundos vinculados al ajedrez, en tanto juego, quedan vinculados con las claves de cada contexto cultural, social y político, que lo trascienden. Ya dijimos que la pieza de la reina fue heredera del visir, cuya movilidad era muy restringida (solo un paso en diagonal), lo que tenía toda lógica: su función era defensiva y de protección al rey, por lo que debía acompañarlo, casi como si de un escudero se tratase.

La reina, entonces, comienza con esa forma de desplazamiento pero, con el curso del tiempo, habrá de sufrir un intrínseco proceso de transformación que la llevará a ser la figura más potente de todas (a pesar de una femineidad que en principio remite al recato y la cautela), convirtiéndose en un ariete ofensivo de cada bando en pugna. Esto habrá de suceder desde fines del siglo XV, con lo que el ajedrez sufrirá una transformación decisiva, haciéndolo más dinámico y atractivo y, desde luego, dando el merecido espacio en su seno a una figura con rostro de mujer.

Por supuesto que la mujer siempre había estado presente desde los propios orígenes del ajedrez, como jugadora o espectadora (incluso en la tradición oriental) y siendo parte de algunas leyendas sobre la creación o evolución del juego. Y, para más, la deidad del ajedrez es femenina: Caissa, originalmente una ninfa devenida en Diosa. Pero recién en Europa, desde el siglo X, tendrá también presencia en la dinámica del juego.

Concluyendo, puede asegurarse que, pese a las realidades diferenciales según el territorio nacional que se tome como punto de referencia inicial para el análisis, no habría que dejar de constatar que, ya desde los comienzos del segundo milenio, se iría dando en la experiencia europea el hecho de que un trebejo con rostro femenino aparezca en escena.

En principio, ello sucederá heredando posición y movilidad del antiguo visir oriental, por lo que esa presencia no implicará cambio alguno en la forma de practicar el juego. Esa circunstancia no puede obnubilar un hecho del todo relevante: desde una mirada cultural, por primera vez, y eso es una transformación copernicana, una pieza con rostro de mujer comenzaba a hacerse visible en el milenario juego.

Es que, ver a una figura femenina que comienza a tener arraigo dentro del tablero, aún sin modificar su práctica intrínseca, es del todo importante y excepcional. Por primera vez se le reconocerá una relevancia dentro del ajedrez, permitiendo que, en definitiva, el pasatiempo pudiera ser una mejor y más perfecta representación de la sociedad medieval europea.

Ese será un paso gigantesco, pero aún incipiente, en espera de la transformación definitiva que se dará en el siglo XV cuando, a partir de la movilidad ampliada de la reina (y también del alfil), y el cambio progresivo que venía sucediendo en la imaginería de las piezas (para occidentalizarlas), quedaran sólo vestigios de los orientales shatranj, del chatrang y del chaturanga, de los que con todo el ajedrez es un digno heredero. Será el tiempo de la Edad Moderna, por lo que el juego se dinamizará, adquirirá formato renovado, se universalizará y comenzarán las competencias y los viajes de los ajedrecistas desde un punto al otro del continente.

A partir de ahora habrá, por cierto, un cambio radical en la forma de jugarse el principal pasatiempo de tablero de la Europa medieval. Con una figura femenina absolutamente empoderada, dando cuenta que iba pasando de una homosociabilidad extrema a una mayor heterosociabilidad, en sintonía con la existencia de reinas más influyentes y poderosas.

Una nómina de personalidades egregias pudieron ser inspiradoras. Entre ellas sobresalieron, por su vínculo con el ajedrez, las emperatrices Adelaida de Italia (912-973), la bizantina Teófano Skleraina (960-991) y la doble reina de Francia e Inglaterra Leonor de Aquitania (1122-1204), quien habría sido afecta al pasatiempo, el que pudo haber traído luego de su excursión por Bizancio. Y, en años próximos, se seguirá con tantas otras, como Isabel la Católica, Isabel I de Inglaterra (1533-1603) y, más tarde, Catalina La Grande. Saliendo del plano cortesano, no hay que olvidarse de dos figuras femeninas potentes adicionales: la francesa Juana de Arco (1412-1431) y la celestial y eterna Virgen María.

También hay que decir que la idea de dama (y la de donna en italiano y dame en francés), que se comenzará a usar en vez de la voz de reina, aunque en forma algo posterior al espacio temporal en el que se concentra este estudio, proviene del latín, al reconocerse el caso de la esposa del señor o dominus.

Por otro lado sabemos que era mejor evitar equívocos ya que la coronación de los peones y su transformación en reina, además de una extraña transexualización, podía generar la presencia de varias reinas en juego, con una poligamia indeseada en tanto modelo de las cortes reales. Por eso la dama, en particular en espacios latinos, podrá ser llamada dama. Por eso en Inglaterra, al peón que coronaba, se lo siguió llamando por mucho tiempo fers, en busca de diferenciación.

Reina en la corte, dama en los dominios medievales. Mujeres ambas. La Reina de los Cielos. Juana de Arco. Y tantas otras mujeres que podrían ser mencionadas…Mujeres que debían tener su espacio en el mundo del ajedrez.

¿Cómo el arquetípico ajedrez se iba a privar de reconocer en su interior a una pieza que tuviera rostro de mujer?

Para ir concluyendo digamos que, si la figura con rostro de mujer tardó en aparecer, primero lo hará tímidamente (vistiendo con ropajes femeninos al reemplazar al antiguo visir) para, tiempo después, al adquirir movilidad ampliada, revolucionar al juego como un todo.

En ese tránsito, dejará de ser una tímida acompañante del rey para, por el contrario, salir a la lucha franca en campo enemigo, jugándose la vida a cada paso, aunque siempre al servicio de la figura varonil, en el contexto de los valores de una sociedad patriarcal.

Vienen a la mente, las palabras del filósofo argentino Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) quien, al referirse a la pieza de la dama, la caracterizó por ser un factor de violencia y, a la vez, una figura protectiva, para agregar (no sin cierto paternalismo): “es difícil de manejar, de someter, de medir”.

Consideró, además que, más que base estructural de una posición, tiene el don de ser un sostén que elabora la victoria, la que prefiere definir por sí misma. Dijo que es la pieza genial, la de la discordia, la de la tensión, la de la subversión, apreciando que una partida sin damas: “da la impresión de una vida de viudo”.

El poeta terminó expresando que la dama, como mujer, en ella descansa la responsabilidad de la bondad; y que los demás extraen de su figura fuerzas para luchar y consuelo para morir. En una bella expresión, finaliza diciendo: “Por el rey se mata, por ella se muere”.

En algún lugar de la ruta de la seda, en un tiempo indeterminado, surgió el proto-ajedrez que derivó en el juego que tanto amamos. Ingresará a Europa por caminos diversos, y en tiempos sucesivos, para aclimatarse, adaptarse y tomar definitiva forma, antes de su definitiva universalización. En ese marco el continente de ingreso le dará un formato moderno y diverso, guardando la esencialidad de los lazos que lo une a las prácticas previas, pero con una nueva impronta. Y con ella, la mujer, tendrá un espacio de reivindicación, al aparecer a pleno, y con creciente poderío, en un juego que terminará por transformarse.

Desde el punto de vista técnico habrá una revolución, el juego ya no será el mismo. La mujer, con la pieza de la reina (de la dama), tardó en aparecer mas, cuando lo hizo, ¡no pasará inadvertida!

Por su parte, desde el punto de vista cultural, su presencia vino a cubrir una carencia que ya resultaba inadmisible y, a partir de su incorporación, permitió que el juego sea la más perfecta representación de la sociedad medieval occidental.

Y, a partir de ese momento, se podrán alcanzar nuevas cumbres metafóricas ya que, la literatura en particular, y el arte en general, al ver a un ajedrez con presencia femenina, podía imaginar escenarios más completos y complejos, retratando situaciones, inventando leyendas y recreando mitos, elevando las plegarias, cantando los juglares, barruntando poemas, sabiendo que la mujer, ella también, desde ahora, era parte intrínseca de un juego milenario que no podía darse el lujo de dejarla de lado.

Finalicemos concluyendo planteando el registro histórico de que, para que una figura con rostro de mujer pudiera aparecer en el ajedrez, habrán de pasar más de 500 años desde su incierto momento de invención/descubrimiento. Y que transcurrirá un lapso de más de un milenio, respecto de aquel momento fundacional e iniciático, para que se empodere el nuevo trebejo.

Esa situación actúa de perfecta parábola de lo que históricamente ha sucedido, y por momentos sigue ocurriendo, fuera del espacio escaqueado, en cuanto a la ausencia, el relegamiento y la necesidad de dotar a la mujer de un sentido de equidad abandonando caducos cánones patriarcales.

Una parábola que nos interpela hoy, como siempre, en el sentido de que las profundas transformaciones, no sólo son posibles sino imprescindibles, como evidencia la evolución de un juego de normas tan estrictas que se consolidó en su diseño primario al convertirse en un emblema consagrado en diversos sitios y en todo tiempo, lo que no le impidió evolucionar distando de ser un modelo sacralizado.

Un lapso profundo de espera que apela a un término que debe ser apropiado más desde el sentido de esperanza que de paciencia y aguardo.

El ajedrez, en esto, como en casi todo, evidencia una vez más que es una profunda imagen especular de la cultura de los pueblos. 
 
 
 
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