Sobre el film La fiebre del Ajedrez, Moscú (1925).

19 febrero, 2021 ajedrezlatitudsur

Por Antonio Gude

Alekhine, que en principio había manifestado simpatías por el Gobierno Soviético “y la construcción de una nueva Rusia”, se fue del país para no regresar. Una traición consumada, a ojos oficiales. La muerte de Lenin, oficialmente se había debido a un infarto cerebral. Extraoficialmente, a causa de una sífilis de la que ya se había tratado en 1896. En sus últimos escritos, Lenin había advertido del peligro que suponía la concentración de poder en un solo hombre (en clara alusión a Stalin, Secretario General del PCUS y miembro del Politburó), y también que consideraba a Trotsky el dirigente más capacitado.

A la derecha de Stalin se encontraba Nikolai Bujarin, brillante intelectual y economista, el promotor, como hemos dicho, de la construcción de “socialismo en un país”, mientras que a la izquierda, Trotsky, abogaba por una mayor democratización de los estamentos públicos y una internacionalización del socialismo. En el centro, bien asentado, estaba Stalin y, como es sabido, quien domina el centro del tablero domina la partida. Stalin no era un intelectual, pero además de astuto, era mucho más culto de lo que Bujarin y Trotsky pensaban, y su arrogante menosprecio les costaría muy caro a ambos.

Por entonces, Ilyn-Genevsky y, sobre todo, Krylenko, maestro y abogado, que llegó a ser Fiscal General del Estado, habían convencido a los altos responsables políticos del gran valor social que el ajedrez podría tener en la nueva Unión Soviética. Entre los argumentos que esgrimían, ponían especial énfasis en las virtudes que el juego inculcaba, como la lógica, la imaginación, la precisión y la disciplina mental o arte de la planificación. Por último, pero no lo menos importante: el ajedrez era la oferta ideal para un empleo constructivo del ocio, era barato y contribuía a alejar a los ciudadanos de la mayor de las lacras rusas: el alcoholismo. Así surgió la idea de promover un gran torneo internacional. La idea de confrontar a los jugadores soviéticos de élite con los mejores maestros occidentales entusiasmó a todos, dirigentes incluidos.

No había duda de que los ajedrecistas de la URSS mejorarían su juego al contrastarlo con los más significados expertos del mundo. Mientras se gestaba el primer torneo internacional de Moscú, Ilya Rabinovich había tomado parte en el torneo de Baden-Baden (1925), donde tuvo una buena actuación, clasificándose séptimo (delante de Réti, Nimzovich y Spielmann). Era el primer representante soviético en un torneo internacional. A su regreso a Leningrado, fue recibido en su club con nutridos aplausos. La verdadera fiesta empezaría en noviembre.

El torneo internacional de Moscú despertó una enorme expectación, por no decir excitación, en el público moscovita, ante la presencia de los más destacados jugadores occidentales del momento: el campeón mundial, Capablanca, el excampeón Lasker, Tartakower, Rubinstein, Spielmann, Marshall, nombres legendarios y de gran impacto en el imaginario soviético. Para frustración suya, y a pesar de los intentos que hizo por reconciliarse con los nuevos regentes, Alekhine no fue invitado, porque por entonces se le consideraba “hostil al régimen soviético”. Los acontecimientos ajedrecísticos paralelos, durante y después del gran torneo, despertaron quizá mayor expectación aún que la competición en sí, pues los aficionados estaban ansiosos por contemplar de cerca las hazañas de aquellos gigantes del tablero. Además, los más fuertes incluso tenían posibilidades de hacerse con un puesto en las numerosas exhibiciones de simultáneas que se celebraron a lo largo del torneo, en las que Réti causó sensación por sus demostraciones a la ciega. Un grandioso espectáculo para una sociedad que vivía encerrada en sí misma.

La pasión por el ajedrez era patente y quedó plasmada en numerosos productos con motivos ajedrecísticos (camisas, corbatas, carteles, tarjetas postales), además de sellos conmemorativos de la cita. A pesar de su elevado costo, las entradas se agotaban en menos de una hora. El ajedrez estaba de moda y, durante el torneo, todas las celebridades rusas de la política, la cultura y las ciencias estaban ávidas por presenciar el choque entre los ajedrecistas nacionales y los occidentales. Nadie quería perderse un acontecimiento de tal magnitud, una cita a la que quien realmente era alguien no podía faltar.

Un joven y pronto famoso cineasta, Vsevolod Pudovkin, trató de captar esa atmósfera en un cortometraje mudo, La fiebre del ajedrez, en el que, entre otros, tienen sendos cameos Capablanca y Torre, con abundantes planos de las partidas. La fiebre se extendió hasta Leningrado y cuando el periódico Novaia Vechernaia Gazeta realizó una encuesta entre sus lectores acerca del ganador del torneo, recibió más de 3.000 pronósticos, la mayoría inclinándose a favor de Capablanca y Lasker. A propósito de pronósticos, Znosko-Borovsky, otro maestro ruso exiliado en París, había vaticinado que el torneo carecería de interés “por la gran disparidad de fuerzas”. Pero lo cierto es que todos los jugadores soviéticos ganaron al menos una partida a sus adversarios occidentales, si bien sólo Bogoljubov e Ilyn-Genevsky superaron el 50% de la puntuación.

El resultado global de las confrontaciones individuales fue 43-27 y 40 tablas, a favor de los extranjeros. Lasker y Capablanca se enfrentaron ya en la primera ronda, haciendo tablas en 29 jugadas. En la sexta ronda, el día en que el campeón cumplía 37 años, Capablanca se enfrentó y venció a Fiodor Bogatyrchuk. El día siguiente, jornada de descanso en el torneo, realizaría una exhibición de simultáneas en San Petersburgo, frente a treinta rivales de primera categoría. Perdió cuatro partidas, una de ellas ante un joven de catorce años llamado Mijail Botvinnik. Se dice que Capablanca le vaticinó un gran futuro, pero es más verosímil la narración de un manotazo del campeón, arrojando al suelo las piezas, algo nada habitual en su conducta, pero que reflejaba a las claras su disgusto por la derrota.
'El mejor de los tiempos' - La popularidad del ajedrez en la URSS, A.Gude