(Actualización septiembre de 2025)
El último Inca se convertiría en el primer ajedrecista del Nuevo Mundo y en el primer quiteño en aprender a jugarlo.
El escritor y político ecuatoriano Manuel BenjamÍn Carrión Mora,
era un enamorado del ajedrez. Como ya conocemos, su pasión por el
juego era inigualable. En 1934 escribió su novela "Atahuallpa" en la
que contrasta su posición de la conformación de una identidad
ecuatoriana, "el cuento de la patria" con otras visiones comúnmente
aceptadas.
Hasta
tanto, se imponía la visión de la ecuatorianidad estaba configurada en las muertes de Santa
Mariana de Jesús y de Gabriel García Moreno y en la Consagración del
Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.
Es
decir, Ecuador nacería fruto de la muerte fundacional de dos personas:
con el sacrificio de García Moreno luchando contra la corrupción y los
males sociales, así como con el ofrecimiento voluntario de Mariana de
Jesús para que paren las maldiciones naturales (terremotos) en la Real
Audiencia de Quito.
Una
vez separado el Estado de la Iglesia, la Consagración al Corazón de
Jesús fue abolida por la Revolución Liberal (1895-1912) y para ello
Carrión se
valió de la muerte de Atahualpa como el último gran Inca que unificó el
imperio y cuyo prematuro fin conformaría un nuevo comienzo.
"Tanta
polémica se justifica más que por la insuficiencia de datos fidedignos,
por el inveterado vicio de escribir la historia como una coartada para
encubrir atropellos y crímenes, para cohonestar despojos y raterías. Más
es lo que se ha callado y ocultado que lo que se ha dicho.
Y se
justifica también, sobre todo, porque el episodio de Cajamarca resume el
proceso y lleva implícita una connotación valorativa, un peso
emocional, una significación simbólica que tiene mucho que ver con la
construcción de nuestro propio yo histórico, con la aceptación de
nuestra identidad como pueblo entre los pueblos." Benjamín Carrión Mora, "Atahhuallpa"
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Plumilla de Luis Mideros Almeida - 1953
FOTOGRAFIA: SERGIO COELLAR MIDEROS, DICIEMBRE 2014 | | |
La
novela se basa en los sucesos históricos de la conquista del norte del
Tahuantinsuyo, especialmente enfocándose en lo que sería el territorio
del actual Ecuador y tiene como objetivo dar un origen mítico a la
ciudad de Quito. La historia se desarrolla en dieciocho capítulos y
alterna entre la historia de los incas y la historia de los españoles.
En cuanto a la primera, narra la historia glorificando el pasado
indígena y en cuanto a lo segundo narra la historia de la conquista como
una gran gesta española. De esta manera Carrión intenta representar
positivamente tanto el pasado indígena como español, en una novela
dedicada a una ciudad mestiza (Quito) (wiki)
A continuación se
transcriben unos párrafos de la obra en la que Benjamín Carrión relata
el cautiverio y muerte de Atahualpa y la afición del Inca al ajedrez.
( Caxamarca)
"Se
halla ya bajo el sol. Las Huestes de Atahuallpa comienzan a movilizarse
hacia Caxamarca. Delante van los criados que limpian la vía de piedras y
de armas. Luego, los cantores y los danzarines, con su ritmo monótono.
En medio de los sinches, los apus, los auquis, los amautas --cuyos
ornamentos de plumas y metales relucían al sol--, va la litera imperial,
hecha toda de oro, "que pesó un kintal de oro", llevada en los hombros
por diez y seis apus del ayllu imperial. Sobre ella Atahuallpa Inca,
orgullosamente desarmado, se dirige a su ciudad, a recibir el homenaje
de los extranjeros. Su perspicacia de águila --acaso oscurecida por su
orgullo de triunfador reciente-- no descubrió que aquel pequeño grupo de
extraños, recibido por merced en sus dominios, le atacaría y le haría
prisionero en medio de los suyos.
El
hijo del Sol llego a la plaza de su buena ciudad de Caxamarca, cuyas
puertas estrechas le fueron abiertas. Con el emperador entraron los
indios de su Séquito inmediato: de cinco a seis mil. Fuera quedó el
resto conforme iban llegando. La plaza estaba solitaria de españoles.
-¿Dónde están los extranjeros? Preguntó a los que iban cerca.
Y
como respuesta, Vicente de Valverde, fraile dominico, capellán del
grupo aventurero, "un inquieto, desasosegado o deshonesto clérigo"
--como le llama Oviedo-- se avanzó hasta el inca con el Cristo y la
Biblia, acompañado de Felipillo, el taimado indio intérprete. Le habló
sobre el dios Uno y Trino, sobre la pasión y muerte de Jesús; exhorto
--requirió, como llamaban los inquisidores-- al hijo del Sol,
descendiente de Manco y Viracocha, a que adjure su "salvaje idolatría" y
abrace la religión cristiana, sola verdadera. Díjole del poder inmenso
del soberano español, al que Atahuallpa debía vasallaje, porque el
Papa, sucesor de San Pedro, le había regalado todas las tierras de los
indios, del uno al otro mar. Fueron tales las inoportunidades del
discurso clerical de Caxamarca que, según un historiador insospechable,
un obispo católico --González Suárez-- dicha conducta tenía "mucho de
ridículo si no fuese por demás absurda y criminal".
Brillaron
de soberbia magnífica los ojos de Atahuallpa, y con desprecio respondió
al fraile siniestro, inhábil y fatal: "Yo soy el primero de los reyes
del mundo y a ninguno debo acatamiento; tu rey debe ser grande, porque
ha enviado criados suyos hasta aquí, pasando sobre el mar: por esto lo
trataré como a un hermano. Quién es ese otro rey o dios de que me
hablas, que ha regalado al tuyo tierras que no le pertenecen, porque son
mías? El Tahuantin-suyu es mio y nada más que mío. Me parece un absurdo
que me hables de ese dios tuyo, al que los hombres creados por él han
asesinado. Yo no adoro a un muerto. Mi dios el Sol, vive y hace vivir a
los hombres, los animales y las plantas. Si él muriera, todos moriríamos
con él, así como cuando él duerme todos dormimos también. Finalmente
-agregó Atahuallpa-- ¿con qué autoridad te atreves a decirme las cosas
insensatas que mes has dicho?.
-
Con la que meda este libro, respondió el fraile, y presentó la Biblia
al inca, quien "no acertando a abrirle, el religiosos extendió los
brazos para abrirlo, y Atahuallpa con gran desdén le dio un golpe en el
brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mismo por abrirle, lo
abrió; y no maravillándose de las letras ni el papel, lo arrojó cinco o
seis pasos de sí", narra Xerex.
El
fraile, horrorizado, corrió a Pizarro y díjole: "¿No véis lo que pasa?
¿Para qué estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno
de soberbia, que vienen los campos llenos de indios? Salid, que yo os
absuelvo".
Dio
la señal Pizarro. Sonaron mosquetes y arcabuces. Un descomunal
estrépito de guerra. El gobernador --él mismo y solo-- llegó hasta la
tierra del inca y lo hizo preso. Ante la furia de los españoles, que
querían hacer el triste mérito de ultrajar personalmente al inca, se
alzó la voz --verdaderamente española en ese duro instante-- de
Francisco Pizarro: "El que estime en algo su vida, que se guarde de
tocar al indio".
Se
desarrolló luego una fiebre de matanza. Los indios pugnaban por huir,
como rebaños de corderos acosados por perros. Y no hallando salida
bastante, derribaron a fuerza de hombros uno de los muros de la plaza,
que daba sobre el campo... Centenares de indios muertos. Un barato héroe
español, Estete --probablemente el mismo cronista de este nombre--
arranco el llauto imperial de la cabeza del inca del Tanhuantin-suyu. Y
la única sangre española vertida en esa jornada oscura y brutal fue la
del gobernador don Francisco Pizarro, quien recibió un mandoble por
proteger con su cuerpo el cuerpo del hijo del Sol.
Cumplió
el señor marqués don Francisco Pizarro con su deseo de que el inca del
Tahuantin-suyu, el emperador del Perú, le aceptara su invitación a
cenar, el mismo día.
Allí
está, a su merced, indiferente y silencioso, Atahuallpa Inca. Su único
comentario a los terribles acontecimientos del día, ha sido éste,
dirigiéndose al capitán Hernando Pizarro: "Maizabilica ha mentido". Con
gesto altivo rechazó los consuelos hipócritas del gobernador "diciendo
que era uso de guerra o ser vencido". No rehuye, porque cree merecerlas,
las atenciones solícitas que le prodiga su hospedador. Come de buen
grado, sin desconfianza, la comida enemiga. Bebe la bebida extranjera.
Hernando
Pizarro, hidalgo fanfarrón, pero sabedor de los usos de la cortesanía
reclama para el inca un trato correspondiente a su alto rango. El
marqués ordena que se le dispongan las mejores habitaciones de "la casa
de la serpiente", aposento real de Caxamarca; y se reserva para sí --a
fin de velar al prisionero-- una pieza contigua. Hace decir a los
allegados de Atahuallpa que pueden acompañarlo, y dispone que sigan al
servicio de la mesa y de la cama del inca todas sus numerosas
concubinas.
Afuera
el espectáculo era desolador. Los alertas monótonos de los centinelas,
que a cada paso que daban tropezaban con cadáveres de indios. Las preces
fatídicas de los frailes. Y en los campos, por los caminos, la fuga
medrosa, agazapada de los indios desconcertados, que nada comprendían,
que acaso hacían subconsciente resistencia para comprender.
Al
amanecer, el primer cuidado de Pizarro fue enviar una escolta a
registrar los baños de Cónoc, residencia de Atahuallpa; "que era
maravilla de ver tantas vasijas de plata y de oro como en aquel real
había, y muy buenas, y muchas tiendas, y otras ropas y cosas de valor,
que más de sesenta mil pesos de oro valía solo la vajilla de oro que
Atahuallpa traía, y más de cinco mil mujeres a los españoles se
vinieron, de su buena gana, de las que en el real andaban", dice Zárate.
"Cinco mil mujeres, que aunque tristes y desamparadas, holgaron con los
cristianos", comenta Gómara.
Pero
la vida impone sus imperativos de rutina en Caxamarca, después de la
masacre. Los pobladores --por mandato del inca-- vuelven a sus labores
ordinarias. Una coexistencia familiar se establece entre españoles y
nativos. No hay resistencia ni hostilidad visibles para los intrusos:
los indios les ofrecen un servicio indolente, racionalizado; y las
indias sus caricias procreadoras y sin besos.
La
perspicacia aguda de Atahuallpa no penetra su extraña situasión. No
sabe si estos hombres son amigos, pues lo han aprisionado; ni concibe
que sean sus enemigos, pues que no lo matan. Su estructura religiosa ha
canalizado en una sola dirección ascendente --que termina en el sol--
su concepción del mundo. No tiene para las cosas otra explicación que la
teísta. Toda torcedura en el camino recto de sus pensamientos, lo
desconcierta; pero no sabiendo la protesta para lo imprevisto, se
resigna y calla.
Las
relaciones entre españoles y nativos tienen una calma animal y vegetal.
De entre las pallas hermanas del inca, Pizarro ha escogido su mujer: se
llama Intip-Cusi --servidora del sol-- y es maciza de carnes, de color
de barro cocido y amplitudes de cántara. Se llamará en adelante doña
Inés, para servicio del machu capitu. Gonzalo y Juan --los dos menores
de la dinastía-- escogen sus mujeres entre las ñustas más apetitosas;
entran en la familia del inca. Los demás, se entregan a lo hancho de sus
inclinaciones: Alcón y los más mozos persiguen a las indias zahareñas,
de difícil sonrisa y de cópula fácil. Riquelme y los frailes hacen
averiguación de la riqueza. Pedro de Candia descubre las maravillas de
la chicha. Valverde, poseído de furor místico --no evangelizador como el
de Motolinía o Gante-- dice a los pobres indios abandonados del Sol, el
lado trágico de la leyenda cristiana. Y en nombre del Cristo de los
azotes y de la crucifixión --no de las Bodas de Caná ni el Sermón de la
Montaña-- bautiza, bautiza, bautiza.
Soto
y Hernando Pizarro se han dedicado, con hidalguía española, a hacer
menos dura la vida del inca. Ayudados del Martinillo, han enseñado al
indio inteligente un vocabulario castellano suficiente para la
comunicación cotidiana. El inca inicia a los capitanes en la vida --para
ellos extraña por lo igual y justiciera-- de este pueblo distinto de
la España individualista y feudal, que es todo su mundo. Soto y Pizarro
sienten la superioridad moral de estos "salvajes" que viven la religión
del sol y del trabajo; que aman el aseo y los beneficios del agua; que
quieren entrañablemente a su tierra; porque es realmente de ellos.
Hernando
Pizarro y Soto entretienen al inca con narraciones caballerescas de
Flandes, de Castilla, de Italia. El inca trata de comprender a estas
extrañas gentes para las cuales, en veces, el engaño es virtud y en
otras se debe pagar con la muerte. Le interesa el duelo, como cosa
monstruosa; y se hace repetir explicaciones sobre lo que los españoles
llaman "el honor".
Soto,
los Pizarros, los demás capitanes y los frailes, enseñan a Atahuallpa
los juegos que practican cuando están en campaña: cartas, ajedrez,
dominó. El ajedrez sobre todo, lo apasiona. A los pocos meses es más
fuerte que sus maestros.
En
la familiaridad cotidiana, Atahuallpa ha comprendido que a estos
extranjeros les gusta --más que las bellas y buenas cosas como la lana,
las llamas, el maíz-- el oro, el cori con que se hacen los vasos para
la chicha de los incas, los adornos para las pallas y las ñustas. En
ello ve el inca una posibilidad de salvación. Les habla del oro de sus
aposentos, del de los templos, del de las casas de las Virgenes del Sol.
Atahuallpa goza al ver cómo se incendian de codicia los ojos de estos
hombres y entonces, con toda naturalidad dice a Francisco Pizarro, que a
cambio de su libertad "...daría de oro una sala que tiene veinte y
dos pies de largo y diez y siete de ancho, llena hasta una raya blanca
que está a la mitad del altor de la sala, que será lo que dijo de altura
de estado y medio, y dijo que hasta allí henchiría la sala de diversas
piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras piezas, y que de
plata daría todo aquel bohío dos veces lleno y que esto cumplirá dentro
de dos meses".
Pizarro,
alarmado por las dimensiones de los aposentos y poco capaz de calcular
la probable cuantía de la fabulosa promesa, desconfió de ella. Pero pudo
más su espíritu de tahúr de soldado de tercios, cuyo dios es el albur:
aceptó gallardamente el envite del inca, como quien compromete su
escarcela en un garito, a la primera carta.
Para
complementar su ofrecimiento, y abrumar de oro y riqueza a sus
aprisionadores, el inca les insinúa un viaje a Pacha-Cámac, en la tierra
yunga, donde se halla el templo del dios mayor de los hombres del
litoral, en el cual los de su estirpe nunca han creído completamente y
solamente aceptado para contribuir con el respeto a las divinidades de
las regiones, a la unificación del Tahuantin-suyu. Les dice que allí se
encuentra mucho oro de adornos y de ofrendas; y como garantía de
veracidad, envía un mensajero para que llame a su presencia al curaca y
al sacerdote del templo, con el objeto de que éstos acompañen a los
españoles que deban ir en pos de los tesoros. Cuando llegaron el
sacerdote y el curaca, Atahuallpa se dirigió a los españoles y
señalándoles al sacerdote, dijo: "El dios Pacha-Cámac de éste no es
dios, porque es mentiroso: habéis de saber que, cuando mi padre
Huayna-Capac estuvo enfermo en Quito, le mandó preguntar qué debía hacer
para sanarse, y respondió que lo sacaran al sol; lo sacamos y murió.
Huáscar, mi hermano, le preguntó si triunfaría en la guerra que traíamos
los dos; dijo que sí y triunfé yo. Cuando llegásteis vosotros, le
consulté y me aseguró que os vencería yo, y me vencísteis vosotros...
Dios que miente no es dios!!!" González Suárez lo cuenta.
El
gobernador envió con un grupo de soldados a su hermano Hernando. Le
instruyó para que, al mismo tiempo que iba a recoger los tesoros
indagara sobre el estado de ánimo de los indios y si había preparativos
de sublevación. Hernando partió, y tras un largo viaje lleno de
peripecias, volvió a Caxamarca, cargado de oro un rebaño de llamas y
forradas de oro las patas de los caballos, para la larga marcha... Venía
también con él Chalcuchima, uno de los más ilustres generales de
Atahuallpa, vencedor de Huáscar. El viejo sinche, viendo al extraño
acompañado por indígenas del cortejo del inca, no vaciló en ir con
Pizarro hasta donde se encuentre su señor.
Al
llegar a Caxamarca, Hernando dio rápida cuenta de su viaje al marqués.
Afirmó que ni en pueblos ni caminos existían conspiraciones. Que había
sido bien recibido por los indios, y que el gran sinche Chalcuchima
estaba allí, sumiso y obediente, esperando la merced de ver de nuevo a
su rey prisionero.
Fue
emocionante y dramática la entrevista de Atahuallpa y Chalcuchima.
Entró el sinche inclinado por el peso ritual; la emoción le hacía
temblar las rodillas. Al ver al inca preso, se le cayeron las lágrimas.
"Estos de Caxamarca no supieron defenderle --le dijo--; si yo hubiera
estado aquí con los puruhás y los caranquis, esto no habría sucedido".
El inca sonrió.
Durante
el viaje de Hernando Pizarro a Pacha-Cámac, una conspiración de
codicia, miedo y desconfianza cercaba al prisionero. Se hizo correr el
rumor de que en Guamachucho se reunían sigilosamente los indios
--espontáneamente o por orden de Atahuallpa-- para atacar a los
españoles y libertar al inca. Pizarro se lo dijo a Atahuallpa. Y la
respuesta del inca fue sarcástica: "¿me crees tan necio que estando en
tu poder y pudiendo tú matarme al menor intento de rebeldía, ordene yo
levantamiento? Están, además, casi llenas las salas con el oro del
rescate: tengo confianza en que sabreís cumplir vuestra palabra. Pronto
seré libre y amigo y aliado de vosotros". Como prenda de su veracidad,
propone el envío de una escolta española hasta el Cuzco --que recorrería
la mayor parte del Tahuantin-suyu-- para que se convenzan todos de que
no existe ninguna rebeldía y además para que traigan el oro que más
puedan de la ciudad sagrada.
Aceptó
Pizarro --los ojos encandilados por el reflejo supremo del oro del
Cuzco-- y envió un grupo de soldados, con Hernando de Soto, Pedro del
Barco y el notario real a la cabeza. Días de andar. Y en un de ellos, ya
cerca de Jauja, encontraron una escolta de indios que llevaba preso a
Huáscar. Habló Soto con él. Y comprendió que si otro emisario llevaba
hasta Pizarro las quejas del inca legítimo, la suerte de su amigo el
prisionero de Caxamarca se haría aún más delicada. Resolvió regresar y
dar cuenta a Pizarro de que, hasta Jauja, no había trazas de rebeldías;
que había encontrado a Huáscar, que hacía grandes ofertas a los
españoles a cambio de su libertad; pero que todo el imperio estaba
completamente del lado de Atahuallpa, y sólo a él reconocían como señor
verdadero.
Mientras
estos viajes, en Caxamarca había sobrevenido un hecho capital, que
variaba la fisonomía de la aventura: la llegada de don Diego de Almagro
--14 de abril, "víspera de Pascua Florida" -- desde Panamá, con
refuerzos de hombres y de caballos. El encuentro de los dos capitanes
tuvo una apariencia cordial, pero el fondo era muy otro. Pizarro sabía
que Almagro venía a reclamar su parte en el botín, de acuerdo con el
contrato tripartito entre ellos dos y Luque --que para entonces había
muerto ya--; pero ni él, ni menos sus hombres --autores de heroicidad de
Caxamarca-- estaban dispuestos a admitir igualdad semejante. La priemra
guerra civil de la América española había surgido.
La
víctima de esa guerra se señalaba claramente: Atahuallpa. El oro del
rescate llegaba a todos los rumbos del Tahuantin-suyu; los aposentos
señalados por el inca estaban ya casi repletos. El momento de las sangre
era anunciado por el oro. El ojo de águila del inca descubrió que la
llegada del "tuerto" le era fatal. En efecto, Almagro y los suyos
--secundados por el alma negra de Riquelme-- conspiran contra
Atahuallpa, con el fin de anticipar el reparto del oro del rescate --en
el cual presumían que no se les iba a dar igual porción que a Pizarró y a
los suyos-- con el fin de seguir, libres de la inquietud de la guarda
del inca, la conquista hasta el Cuzco, donde les esperaba a ellos --mas
frescos y menos gastados-- un porvenir de hazañas y de oro.
Valverde
y los frailes conspiraban también, hipócritamente. El dominico no podía
perdonar a Atahuallpa su actitud despectiva en Caxamarca y la repulsión
que siempre demostrara a su contacto y a sus pláticas. No podía
perdonarle su regalo y sus mujeres, él, que se veía obligado a sostener
ante los soldados, la farsa lacerante de su castidad.
Conspiraba
el taimado intérprete Felipillo, hechura de Valverde, su confidente
inseparable. Felipillo era de Túmbez y se había criado en su ambiente de
devoción por Huáscar. Detestaba lo quitu. Y malgrado su cristianismo de
pega, sentía una subconsciente reminisencia totémica por Pacha-Cámac,
el dios de los yungas; por eso, la dureza de Atahuallpa para con el
sacerdote del ídolo y el apoyo dado a la expedición de Hernando Pizarro,
le hicieron agravar el odio tradicional que sentía hacia el
descendiente de los caras. Sabiéndose, pues, apoyado por los españoles,
que lo necesitaban, se dedicó a hacer lo más penosa posible la vida de
Atahuallpa, con intrigas y espionajes inmundos. Alcahueteó a los
españoles con las concubinas del inca y, para colmo de ultrajes, sedujo y
violó a una de ellas. Informado el inca, protesto ante Pizarro. El
viejo aventurero se rio... Pero Filipillo supo que Atahuallpa reclamaba
su cabeza, y temeroso de que los españoles --cuya versatilidad
conocía-- cambiaran de parecer y resolvieran complacer al cautivo,
decidió acelerar su campaña contra él.
Las
exigencias de Riquelme y Almagro, sobre el reparto del rescate,
quebrantaron la resistencia del señor gobernador; y se procedió a la
gran operación rapaz, premio mayor de la aventura. Para poder hacer más
fácil y más igual el reparto, se dispuso a fundir las piezas de metal,
los vasos maravillosos, las cántaras, los ídolos. "Veinte y siete cargas
de oro y dos mil marcos de plata", de Pacha-Cámac; "ciento y setenta y
ocho cargas de oro, y son las cargas de paligueros que las traen cuatro
indios", desde el Cuzco... además de los aposentos rebosantes. Se
reservó algunas piezas --espigas de maíz de oro, fuentes con aves del
mismo metal-- para enviarlas al emperador de Madrid. La litera de oro le
tocó al gobernador don Francisco. El resto del tesoro -- el botín de
guerra más grande de que se tenía hasta entonces memoria-- fue repartido
a sones de pregón muy cuidadosamente, después de deducir el quinto
real.
Ya
se encontraban en poder de los tesoros soñados los aventureros
españoles. Pero la ilusión del oro fue penosa para ellos. Allí
aprendieron el mito de Creso y supieron --sin comprenderlo-- que se
puede ser pobre, carecer de lo indispensable, teniendo las manos
enterradas en el oro engañoso y convencional. Soto debió pagar, entre
grandes juramentos de rabia, una libra de oro por una hoja de papel para
escribir a su madre. Pedro de Candia estuvo a punto de matar a un
soldado de Almagro --de los recién venidos-- que le exige cincuenta
pesos de oro por un par botas...". Carrión Mora, Benjamín. "Atahuallpa", Colección "LunaTierna" 1ª edición: México, 1934.
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Sergio Ernesto Negri, en una nota para la Revista española Jot Down, comenta::
"La votación fue trece a once. Un tribunal para nada independiente, por cierto, decidió su ejecución. De haber cambiado de opinión uno de los votantes que lo condenaron, hubiera significado la supervivencia del inca Atahualpa. Y esa decisión, a cara o cruz, fue la que en definitiva adoptó el tesorero oficial real Alonso de Riquelme, alguien enemistado con el soberano a causa de una partida de ajedrez…
El emperador era lo suficientemente perspicaz como para aprender solo por el ejercicio de observación un juego que era tan ajeno a su cultura. Y eso que esa práctica, entendida como simulación de guerra, era una actividad que el inca no pareciera haber dominado. En efecto, le demandó trece batallas obtener su cargo para, poco después, terminar siendo dominado por apenas más de ciento cincuenta hombres barbudos venidos de tierras extrañas cuando contaba con un ejército propio que superaba los treinta mil hombres."
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Retrato de Atahualpa Oswaldo Guayasamín (1945) |
Ricardo Palma en "100 tradiciones peruanas", recrea la prisión de Atahualpa y su afición por el juego, enseñado por sus captores.
"LOS INCAS AJEDRECISTAS
Al doctor Evaristo P. Duclos, insigne ajedrecista.
Los
moros que durante siete siglos dominaron en España, introdujeron en el
país conquistado la afición al juego de ajedrez. Terminada la
expulsión de los invasores por la católica reina doña Isabel, era de
presumirse que con ellos desaparecerían también todos sus hábitos y
distracciones; pero lejos de eso, entre los heroicos capitanes que en
Granada aniquilaron el último baluarte del islamismo, había echado
hondas raíces el gusto por el tablero de las sesenta y cuatro casillas o
escaques, como en heráldica se llaman.
Pronto dejó de ser el
ajedrez el juego favorito y exclusivo de los hombres de guerra pues
cundió entre las gentes de Iglesia: abades, obispos, canónigo y frailes
de campanillas. Así, cuando el descubrimiento y conquista de América
fueron realidad gloriosa para España, llegó a ser como patente o
pasaporte de cultura social para todo el que al Nuevo Mundo venía
investido con cargo de importancia el verle mover piezas en el tablero.
El
primer libro que sobre ajedrez se imprimiera en España apareció en el
primer cuarto del siglo posterior a la conquista del Perú con el título
Invención literal y arte de axedrez, por Ruy López de Segovia, clérigo,
vecino de la villa de Zafra, y se imprimió en Alcalá de Henares en 1561.
Ruy López, es considerado como fundador de teorías, y a poco de su
aparición se tradujo el opúsculo al francés y al italiano.
El
librito abundó en Lima hasta 1845, poco más o menos, en que aparecieron
ejemplares del Philidor, y era de obligada consulta allá en los días
lejanísimos de mi pubertad, así como el Cecinarrica para los jugadores
de damas. Hoy no se encuentra en Lima, ni por un ojo de la cara,
ejemplar de ninguno de los dos viejísimos textos.
Que muchos de
los capitanes que acompañaron a Pizarro en la conquista, así como los
gobernadores Vaca de Castro y La Gasca, y los primeros virreyes Núñez de
Vela, marqués de Cañete y conde de Nieva, distrajeran sus ocios en las
peripecias de una partida, no es cosa que llame la atención desde que el
primer arzobispo de Lima fue vicioso en el juego de ajedrez, que hasta
llegó a comprometer, por no resistirse a tributarle culto, el prestigio
de las armas reales. Según Jiménez de la Espada, cuando la audiencia
encomendó a uno de sus oidores y al arzobispo don fray Jerónimo de
Loaiza la dirección de la campaña contra el caudillo revolucionario
Hernández Girón, la musa popular del campamento realista zahirió la
pachorra del hombre de toga y la afición del mitrado al ajedrez con este
cantarcillo, pobre en rima, pero rico en verdades:
El uno jugar y el otro dormir,
¡ oh que gentil!
No comer ni apercibir,
¡ oh que gentil!
Uno ronca y otro juega …
¡ y así va la brega!
Los
soldados entregados a la inercia en el campamento y desatendidos en la
provisión de víveres, principiaban ya a desmoralizarse, y acaso el éxito
habría favorecido a los rebeldes si la Audiencia no hubiera tomado el
acuerdo de separar al oidor marmota y al arzobispo ajedrecista.
(Nótese
que he subrayado la palabra ajedrecista, porque el vocablo, por mucho
que sea de uso general, no se encuentra en el Diccionario de la
Academia, como tampoco existe en él el de ajedrista, que he leído en un
libro del egregio don Juan Valera.)
Se sabe, por tradición, que
los capitanes Hernández de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves,
Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes,
en Cajamarca, en el departamento que sirvió de prisión al Inca Atahualpa
desde el día 15 de noviembre de 1532, en que se efectuó la captura del
monarca, hasta la antevíspera de su injustificable sacrificio, realizado
el 29 de agosto de 1533.
Allí, para los cinco nombrados y tres o
cuatro más que no se mencionan en sucintos y curiosos apuntes (que la
vista tuvimos, consignados en rancio manuscrito que existió en la
antigua Biblioteca Nacional), funcionaban dos tableros, toscamente
pintados, sobre la respectiva mesita de madera. Las piezas eran
hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación
de idolillos y demás objetos de alfarería aborigen, que hogaño se
extraen de las huacas. Hasta los primeros años de la república no
se conocieron en el Perú atrás piezas que las de marfil, que remitían
para la venta los comerciantes filipinos.
Honda preocupación
abrumaría el espíritu del inca en los dos o tres primeros meses de su
cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando
de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta
de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes del
juego. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empeñada
entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo, y
el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:
-No, capitán, no... ¡ El castillo!
La
sorpresa fue general. Hernando, después de breves segundos de
meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y
pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate.
Después
de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de
respetuosa cortesía, el capitán don Hernando de Soto invitaba al Inca a
jugar una sola partida, y al cabo de un par de meses el discípulo era
ya digno del maestro. Jugaba de igual a igual.
Comentábase, en
los apuntes a que me he referido, que los otros ajedrecistas españoles,
con excepción de Riquelme, invitaron también al Inca; pero éste se
excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del intérprete de
Felipillo:
-Yo juego muy poquito y vuesa merced juega mucho.
La
tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a
muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice
el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo
sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de
veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro, se impuso a
Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once. Riquelme fue
uno de los trece que suscribieron la sentencia.
II Manco Inca
A Jesus Elías y Salas.
Después del injustificable sacrificio de Atahualpa, se encamino Don Francisco
Pizarro al Cuzco, en 1534, y para propiciarse el afecto de los
cuzqueños, declaro no venir a quitar a sus caciques sus señorios y
propiedades, ni a deconocer sus preeminencias , y que castigado ya e
Cajamarca , con la muerte , el usurpador asesino del legitimo inca
Huascar , se proponía entregar la insignia imperial al Inca Manco,
mancebo de dieciocho años ,legitimo heredero de su hermano Huascar. La
coronación se efectuó con gran solemnidad, trasladándose luego Pizarro
al valle de Jauja, de donde siguió al del Rímac o Pachacamac para hacer
la fundación de la capital del futuro virreinato.
No tengo para
que historiar los sucesos y causas que motivaron la ruptura de las
relaciones entre el Inca y los españoles acaudillados por Juan Pizarro, y
a la muerte de éste, por su hermano Hernando. Bástente apuntar que
Manco se dio trazas para huir de Cuzco y establecer su gobierno en las
altiplanicies
En la contienda entre pizarristas y almagristas,
Manco prestó a los últimos algunos servicios y consumada la ruina y
victimación de Almagro el Mozo, doce o quince de los vencidos, entre los
que se contaban los capitanes Diego Méndez y Gómez Pérez, hallaron
refugio al lado del Inca, que había fijado su corte en Vilcapampa.
Méndez,
Pérez y cuatro o cinco más de sus compañeros de infortunio se
entretenían en el juego de bolos (bochas) y en el del ajedrez. El Inca
se aespañoló (verbo de aquel siglo, equivalente a se españolizó)
fácilmente, cobrando gran afición y aun destreza en ambos juegos,
sobresaliendo como ajedrecista.
Estaba escrito que como al Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco.
Una
tarde hallábanse empeñados en una partida el Inca Manco y Gómez Pérez
teniendo por mirones a Diego Méndez y a tres caciques Manco hizo una
jugada de enroque no consentida por las practicas del juego, y Gómez
Pérez le arguyó:
–Es tarde para ese enroque, señor fullero.
No
sabemos si el Inca alcanzaría a darse cuenta de la acepción despectiva
de la palabreja castellana; pero insistió en defender la que el creía
correcta y válida jugada. Gómez Pérez volvió la cara hacia su paisano
Diego Méndez, y le dijo:
–¡Mire, capitán, con la que me sale este indio pu....erco!
Aqui
cedo la palabra al cronista anónimo cuyo manuscrito, que alcanza hasta
la época del virrey Toledo, figura en el tomo VIII de documentos
inéditos del archivo de indias: “El Inca alzó entonces la mano y dióle
un bofetón al español. Éste metió mano a su daga y le dió dos puñaladas,
de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza; e hicieron
pedazos a dicho matador y a cuantos españoles en aquella provincia de
Vilcapampa estaban”.
Varios cronistas dicen que la querella tuvo
lugar en el juego de bolos pero otros afirman que el trágico suceso fue
motivado por desacuerdo en una jugada de ajedrez.
La tradición
popular entre los cuzqueños, es la que yo relato, apoyándome también en
la autoridad del anónimo escritor del siglo XVI." Palma, Ricardo; “CIEN TRADICIONES PERUANAS ” Pág. 425-428
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El historiador ecuatoriano Rodolfo Pérez Pimentel escribe:
El Ajedrez fatal (1988)
A causa del juego de ajedrez murieron los dos últimos Incas del Tahuantinsuyo: Atahualpa y Manco Inca y aunque parezca el dato falso y novelesco, es verdadero, como lo han demostrado numerosos historiadores:
La captura de Atahualpa se efectuó el 15 de noviembre de 1.532 en Cajamarca y su injustificable ejecución el 29 de agosto del año siguiente, o sea que entre su prisión y muerte transcurrieron diez largos meses que el Inca pasó encerrado en una gran habitación del Palacio de esa ciudad, recibiendo las visitas de los conquistadores que iban a acompañarlo por las tardes, más para cuidar que no escape que por otra razón. Entre todos los contertulios brillaba Hernando de Soto con quien el Inca hizo “grande y buena amistad” y para no aburrirse los españoles jugaban al ajedrez en dos toscos tableros pintados al carbón y con piezas de barro que habían mandado a fabricar. Se jugaba rápido pues que así era la costumbre, de donde no debía caerles el versito que dice: // El uno jugar y el otro dormir / ¡Oh qué gentil! / no comer ni apercibir / ¡Oh qué gentil! / Uno ronca y el otro juega / ¡I así va la brega! // Ricardo Palma.
A nadie se le había ocurrido enseñar el movimiento de las piezas a Atahualpa, quien veía sin decir palabra, pero una tarde fatídica para él, mientras jugaban el tesorero Alonso Riquelme y el Capitán Hernando de Soto y cuando éste iba a mover un caballo para atacar el flanco de su enemigo, sintió que el Inca le tocaba el brazo y decía: “No capitán no….. el Castillo.”
“De Soto estudió el movimiento y luego de una breve pausa movió dicha pieza y en dos jugadas más concluyó la partida con el consabido “Jaque mate” para el tesorero; quien, vengativo como un gitano quizá por descender de moros de las Alpujarras, jamás olvidó la vergüenza de verse derrotado por un novato en el Juego Ciencia.
Un mes después Pizarro convocó un Consejo de Justicia para juzgar la conducta de Atahualpa y determinar si lo dejaban libre o condenaban a muerte y veinticuatro jueces sacados de entre los principales capitanes de la conquista discutieron el asunto, trece lo declararon culpable y solo once proclamaron su inocencia, ajusticiándole en aquella ciudad. Uno de los trece fatales votos fue depositado por el tesorero y algunos más salieron de los ajedrecistas que concurrían por las tardes a la pieza del Inca y que, como los reyes no pueden rozarse con la plebe, habían sido despreciados; pues al tratar de jugar con Atahualpa, éste les contestaba invariablemente “No gracias, yo juego muy poquito y vuestra merced mucho….” pero no lograba engañarlos, de suerte que salían muy disgustados y hasta verdes de las iras y así concurrieron al famoso Consejo donde lo condenaron a muerte.
Ajusticiado Atahualpa con la pena del garrote que consiste en una cuerda anudada al cuello de la víctima y torcida varias veces desde atrás hasta hacerle saltar los ojos por la presión que se ejerce, de manera que el Inca en su afán de defenderse llegó hasta arañarse el rostro que terminó ensangrentado, el Imperio quedó sin cabeza visible y Pizarro viendose rodeado de indios vengativos se movió con su tropa y avanzó hacia el Cusco en 1.534, no sin antes ofrecer que reconocería sus derechos y propiedades a los principales Caciques, a quienes decía que había vengado la muerte de Huáscar, matando a su asesino.
Acto seguido proclamó a uno de los hermanos de Huáscar, jovende dieciocho años, llamado Manco, quien pocos meses después se disgustó con Juan y Hernando Pizarro y huyó con algunos de sus súbditos a Vilcabamba donde estableció la capital y al año justo recibió la visita de varios españoles que le pidieron su ayuda en la guerra contra los Pizarro. Manco Inca los ayudó enviando gentes para que pelearan por el bando de los almagristas y cuando estos fueron derrotados, a los que lograron huir les dio cordial refugio en su corte de Vilcabamba, contándose entre los principales a los Capitanes Diego Méndez y Gómez Pérez, que españolizaron al joven emperador enseñándole las costumbres peninsulares y el idioma castellano, pero una fatídica tarde en que Gómez Pérez jugaba al ajedrez con Manco Inca, delante de dos o tres mirones, el emperador que no era tan inteligente como su medio hermano Atahualpa, quiso enrocar su rey cuando ya lo había movido en una jugada anterior y al ver esto su contrario, exclamo “Es tarde para ese enroque, señor fullero”, que en buen castellano significa “tramposo” y en oyendo tamaño insulto el Emperador decidió no dar su brazo a torcer por principio de autoridad, pero su contrincante, dirigiéndose a Diego Méndez, volvió a insultarlo. “Mire Capitán, con la que me sale este indio hijo de puta.”
I se armó Troya, porque Manco Inca alzó la mano y asestó un tremendo bofetón al atrevido, sacándole de la silla donde estaba; mas, el español, que no era ningún pintado en la pared sino soldado y de los buenos, rápido y con su daga asestó dos mortales puñaladas al monarca, que a los dos días pasó a mejor vida.
Esta escena había sido observada por la guardia indígena que salió de su sitio y mató a los españoles. Al cadáver del asesino arrojaron fuera de Vilcabamba y saliendo en tropel no dejaron español vivo en quinientas millas a la redonda, vengando la muerte del último Emperador, asesinado por ajedrecista y por chambón.
Olaf Holm ha sostenido, aunque solo por deducciones, que el último Emperador murió jugando Tectana, juego parecido al ajedrez y muy usual en el Incario.
Nota de La Colección de papá:
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Imagen de un tablero de taptana incluida en el artículo de Holm. Zeballos M., Carlos, “Un tablero de taptana.” Morilla Romero |
La Taptana o contador indígena hace referencia al acervo cultural prehispánico de losbantiguos habitantes del actual territorio del Ecuador. Su origen posiblemente se remonta a la cultura Cañari, fase Tacalzhapa, 500 a.C., (Uhle, 1922, p.108). En los años 80 en el Centrode Investigación para la Educación Indígena (CIEI) se recreó este artefacto de cálculo dando como resultado un material didáctico innovador utilizado especialmente, en lo que hasta hace pocos años atrás se conoció como Sistema de Educación Intercultural Bilingüe. taptana
Seguramente Atahualpa estaba familiarizado con los mismos, además de que, con sus conocimientos de estrategia militar en combate real, se le facilitaría el aprendizaje del juego traído por los conquistadores.
Sergio Ernesto Negri en "Ajedrez: espejo de la vida" relata:
El escritor argentino Daniel Larriqueta, autor de una fascinante novela dedicada a la figura del Inca ("Atahualpa, Memoria de un Dios"- Edhasa, 2014), asegura con perspicacia y profundidad que, Atahualpa pudo y debió aprender rápidamente a jugar al ajedrez. En su opinión:
El primer sudamericano encumbrado que jugó al ajedrez fue nada menos que el inca Atahualpa. Derrotado y aprisionado por Francisco Pizarro en Cajamarca en 1532, como recurso desesperado para tratar de dominar un imperio gigantesco, el monarca indio permaneció recluido muchos meses hasta que se pronunció su sentencia de muerte. En aquellos días, Pizarro y sus capitanes le enseñaron varios juegos, según los testimonios de que contamos, entre ellos el ajedrez. Y, al parecer, Atahualpa logró dominarlo rápidamente y con tanta lucidez como para derrotar a sus desafiantes, acaso Pizarro mismo, que tenía con él largos encuentros, en muchas ocasiones.
En esta constancia histórica tenemos dos elementos conmovedores: el valor del ajedrez como lenguaje de las inteligencias por encima de las culturas y los idiomas y el testimonio implícito de la capacidad mental del monarca caído. ¿Nos podemos imaginar a Pizarro y Atahualpa, que venían de dos culturas incomparablemente distintas, que no tenían ni la misma concepción de la geografía, de la historia, de la medición del tiempo, del sentido de la vida, reduciendo sus colosales diferencias al combate de las piezas de ajedrez? ¿Cuánto nos dice este relato del brillo intelectual de aquel emperador desgraciado? ¿Y cuánto del encuentro de dos mundos que daría por fruto nuestro presente mestizo?
Negri, Sergio E. "Ajedrez: espejo de la vida" Wabi Sabi Investments- WestIndies Editora- España, mayo de 2025
"El Atahualpa
ajedrecista:
formación y usos de una imagen aparentemente verídica"
Juan
Morilla Romero, B. A., en 2026 presenta su tesis para el grado de Master en Artes, por la eTexas Tech University In.: "El Atahualpa
ajedrecista: formación y usos de una imagen aparentemente verídica"
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Atahualpa, atado de pies y manos, es retratado junto a un
soldado
español junto a un tablero aparentemente de la taptana.
Felipe Guaman Poma de Ayala, “Conquista Preso
Atagualpaiga.”
En
dicho dibujo, Atahualpa es retratado, maniatado y con cepo, mientras disputa
una partida de un juego que parece ser el alquerque con uno de los soldados españoles
que lo vigilaban durante su cautiverio.37 La importancia de este dibujo, obra
de un nativo que se propuso denunciar el trato vejatorio que los españoles
dispensaron a los indígenas, radica en que el mismo demuestra que los juegos
actuaron como nexo de unión entre Atahualpa y los españoles. Tal apunte resulta
fácilmente comprensible si se tiene en cuenta que estuvo preso durante nueve
meses y que estos entretenimientos, incluso en las situaciones más complicadas,
son la mejor vía de escape para pasar el tiempo. Por tanto, si se admite este
hecho, no hay motivos para pensar que no jugó al ajedrez con sus captores,
sobre todo teniendo en cuenta que recibió un tratamiento de rey, que es lo que
era, y que este juego, desde sus remotos inicios, era sello distintivo de la
elite social. La pregunta que surge de inmediato, y de las que quizá no sea
posible ofrecer una respuesta del todo convincente, es la siguiente: ¿por qué,
entonces, Guaman Poma no retrató a Atahualpa jugando al ajedrez en vez de a la
taptana? Juan Morilla Romero
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De la Tesis tesis doctoral de Morilla Romero, tomamos:
"CONCLUSION
Creo conveniente comenzar la recapitulación de las conclusiones a las que he llegado durante este proceso con la misma pregunta que dio origen a mi investigación:¿realmente jugó Atahualpa al ajedrez? Casi dos años después, considero que ni yo ni nadie está capacitado a día de hoy para responder esta cuestión simplemente con un sí o un no. Partiendo de esta premisa, entiendo que lo más razonable es argumentar que, muy probablemente, Atahualpa tuvo contacto con el ajedrez durante su cautiverio en Cajamarca y que hay indicios que invitan a pensar que es igualmente muy factible que llegara a practicarlo, aunque nunca protagonizando una situación como la recreada por Ricardo Palma en su tradición “Los incas ajedrecistas.”
Pese a que existe un gran vacío documental sobre los primeros pasos del ajedrez en América, es lógico pensar que éste fue uno de los diversos juegos con los que los conquistadores españoles consumían su tiempo de asueto en el Nuevo Mundo. Sirva como ejemplo el caso del renombrado conquistador Pedrarias Dávila, quien, según Diego de la Tobilla, llegaba a apostar esclavos en sus partidas de ajedrez en suelo americano (Friede 152). Teniendo en cuenta que el ajedrez por aquel entonces ya estaba muy expandido en la sociedad española y que, además, varios de los integrantes de la expedición de Francisco Pizarro en el Perú habían gozado de una educación humanística privilegiada –Hernando de Soto entre ellos-, ni mucho menos es descabellado pensar que en la prisión del rey inca se jugara al ajedrez. Nuevamente, no queda más remedio que agarrarse a la especulación, ya que es realmente escasa la información que ha llegado hasta nuestros días sobre los detalles cotidianos que formaron parte de la convivencia de nueve meses que tuvo lugar entre Atahualpa y sus captores.
Sin embargo, estas suposiciones ganan mucha consistencia gracias al contenido de la carta que Gaspar de Espinosa envió desde Panamá a la Corte española para trasladar las buenas noticias que le habían llegado del Perú. Puede que para algunos historiadores este documento por sí solo, por lo que dice, por quién lo dice, y por cuándo lo dice, sea suficiente para asegurar con rotundidad que Atahualpa jugó al ajedrez. Desde luego, es verdaderamente significativo que Espinosa hiciera mención a este hecho en la que, muy posiblemente, fue la primera misiva que llegó a España anunciando el éxito de la operación liderada por Pizarro. En cambio, y aun sin negar la trascendencia y la validez histórica de este escrito, creo que hay una serie de matices que hay que tener muy presentes en el análisis de este texto y que, en cierta medida, me inducen a mantener ciertas reservas en cuanto a la veracidad absoluta del mismo.
En primer lugar, y al margen de puntualizar que él no fue un testigo de vista, no hay que olvidar que Espinosa era parte interesada en este proyecto, ya que, con el favor de la Corona, había financiado personalmente el intento de conquista del Perú. Al igual ue otros tantos conquistadores, él, o sus informantes, que muy posiblemente fueron los propios Pizarro o Soto, también pudieron haber magnificado este logro a base de retratar un escenario idílico. No hay que olvidar que ésa era la vía más rápida para seguir contando con la bendición de los reyes y, por tanto, para consolidar su posición en el goloso negocio que se abría el Nuevo Mundo. Desde luego, a la hora de presentar el Perú como emplazamiento ideal para asentarse y seguir expandiendo el imperio español, nada resultaba más sugestivo que afirmar que contaban con la colaboración del rey nativo y que éste, encima, era un ser tan brillante y fiable que hasta sabía jugar al ajedrez, con las connotaciones que este último detalle tenía para una audiencia con el perfil del de la Corte.
Con esta observación no deseo transmitir la idea de que todos los manuscritos llegados desde América manipulaban o tergiversaban la realidad intencionada, aunque sí es cierto que la crítica actual coincide mayoritariamente en que esas prácticas eran una tendencia habitual entre los conquistadores que se dirigían por escrito a la Corona. Otra posibilidad es que se hubiera producido una confusión lingüística; esto es, que los españoles hubieran visto a Atahualpa jugar a la taptana o a cualquier otro juego inca sobre un tablero y que, por la semejanza de éste con el ajedrez, lo hubieran asimilado al juego español hasta el punto de utilizar su nombre para denominarlo. Es decir, que los españoles utilizaran el término ajedrez cuando realmente se referían al concepto juego sobre un tablero. De esta forma, tendría mucho sentido el argumento que ofrece Olaf Holm cuando analiza el confuso grabado de Guaman Poma: pese a que el cronista
indígena de educación española menciona que Atahualpa jugaba al ajedrez, lo dibuja junto a un tablero que más bien parece ser el de la taptana.
Tanto esta suposición como la anteriormente expuesta son impresiones subjetivas, de ahí que vea necesario puntualizar que la aprobación de la carta de Espinosa como documento definitivo que confirma que Atahualpa jugó al ajedrez depende del criterio o el punto de vista que utilice cada investigador al estudiar este caso. Simple y llanamente, opino que cualquiera de las dos posturas que se pueden tomar en torno a este documento –uno, es suficientemente aclaratorio para afirmar que Atahualpa jugó al ajedrez, o dos, no lo es- son perfectamente entendibles, sin que creo que ninguna deba ser catalogada mejor que la otra.
No obstante, la relación de Pascual de Andagoya me hace dudar de mi propia duda; esto es, el análisis a conciencia del fragmento en el que este otro conquistador cita el vínculo entre Atahualpa y el ajedrez me inspira un aire de veracidad que perfectamente podría disipar la prudencia a la que insta la carta de Espinosa. Para empezar, el texto de Andagoya no responde a ninguna urgencia informativa –se dio a conocer en 1545- y la observación que hace sobre la manera en la que Atahualpa se comportaba a la hora de jugar al ajedrez podría concordar perfectamente con la peculiar manera en la que los incas entendían el juego. Dice Andagoya que Atahualpa, cuando jugaba al ajedrez, ponía encima de la mesa vasos de oro y que, ganara o perdiera la partida, éstos siempre iban a parar después a las manos españolas. Primeramente, tengo la impresión de que su apunte se refiere a un hecho verídico porque éste hace mención a una actitud y no a una supuesta y sorprendente aptitud del monarca indígena. En
segundo término, y he aquí lo realmente importante, intuyo que Andagoya, aun sin saberlo, porque ni él mismo seguramente fuera consciente de ello, pone de manifiesto que la forma en la que Atahualpa concebía el juego del ajedrez era diferente a la costumbre española. Mientras que para los invasores se trataba de un duelo con claros tintes competitivos que, además, iba acompañado de apuestas entre los contendientes, para los pobladores del Perú precolombino estos actos formaban parte de sus diferentes rituales.
Así las cosas, la entrega de piezas de oro voluntariamente por parte de Atahualpa no era una cuestión de generosidad consustancial a la personalidad del inca, como interpreta Andagoya, sino que más bien respondía al comportamiento que los indígenas seguían cuando jugaban al ayllu. Como explica Ziólkowski al referirse al ayllu, la tradición inca dictaba que el juego no era más que la escenificación de la sumisión pacífica al poder del soberano inca. Los waka, miembros de la elite del Cuzco, simulaban que perdían el juego ante su rey para, de esta forma, simbolizar la entrega que le hacían al líder inca de los territorios que habían conquistado durante sus campañas de expansión para que éste dispusiera de los mismos como creyera conveniente (261).
Por tanto, partiendo de la base de que Atahualpa se sentía en manos de Pizarro, sugiero que Atahualpa podría interpretar las partidas de ajedrez de la misma manera que los incas afrontaban sus propios juegos: como un mero ritual en el que, en realidad, no se competía y que, esencialmente, era el procedimiento que seguía para hacerle entrega al jefe español del oro y la plata que había recolectado con la esperanza de que éste lo recompensara con su puesta en libertad. A mi parecer, esta lectura, muy particular, encaja bien con lo que trascendió de la negociación que Pizarro y Atahualpa mantuvieron durante el cautiverio del segundo. Tal y como reflejan diversas fuentes coloniales, Pizarro le habría prometido a Atahualpa que volvería a ser libre si llenaba una sala de oro y plata, de ahí que estas partidas de ajedrez -y esto ya es una suposición muy personal a raíz del análisis del texto de Andagoya- podrían haber sido el ritual que Atahualpa, fiel a la tradición inca, habría seguido para ir cumpliendo su parte del trato y, de esta forma, estar cada vez más cerca de su liberación.
Mientras que los manuscritos de Espinosa y Andagoya me conducen hacia sensaciones encontradas, muchas menos dudas, aunque en un sentido bien distinto, me asaltan al enjuiciar el valor historiográfico de “Los incas ajedrecistas.” Entiendo que la historia que se desarrolla en este relato es producto de la elogiable imaginación de Palma, quien, fiel a su estilo, trata de dar apariencia de realidad a un texto que más bien pertenece al campo de la literatura. En mi opinión, el hecho de que ninguna fuente previa ni siquiera insinuara el contenido de esta narración y que la ambigüedad entre la realidad y la ficción fuera uno de los sellos característicos de las tradiciones de Palma, bastan para concluir que la condena a muerte de Atahualpa no se vio en ningún caso influenciada, como insinúa este autor, por una reacción de venganza ajedrecística del tesorero Riquelme.
En cualquier caso, es incuestionable la trascendencia que este relato tiene en la popularización del Atahualpa ajedrecista. Ninguno de los comentarios que hasta ese momento se habían hecho sobre la familiaridad del rey inca con el ajedrez –a saber, Gaspar de Espinosa, Pascual de Andagoya, Pedro Cieza de León, Antonio de Herrera y William H. Prescott- había conseguido un alcance tan masivo como este texto que, sin duda alguna, marcó un antes y un después en la trayectoria de esta imagen. Una de las demostraciones más claras del impacto que tuvo la historia inventada por Palma es que ésta, directa o indirectamente, se reconoce en buena parte de las referencias de distinta naturaleza -aunque especialmente literarias- que desde el siglo XX han contribuido a mantener muy vivo el condimento del ajedrez en la caracterización que actualmente se hace del personaje histórico de Atahualpa.
Gracias a todos ellos, el Atahualpa ajedrecista, la imagen del último emperador inca jugando al ajedrez con los conquistadores españoles antes de que éstos lo condenaran a muerte, está ya tan extendida que ha alcanzado un punto de no retorno. Es irreversible. Está tan fuertemente adherida al imaginario colectivo andino que a estas alturas, y después de tanto tiempo de lenta consolidación, no hay manera de hacerla desaparecer. De una forma u otra, con mayor o menor intensidad o fuerza, la figura de Atahualpa va a seguir estando ligada al ajedrez de manera indefinida. Precisamente, éste es el motivo por el que el debate sobre su autenticidad, aun siendo siempre importante, carece de una trascendencia superlativa. Llegados a este punto de desarrollo, da igual que, en realidad, fuera una imagen creada: son tantas y, en algunos casos, tan influyentes las personas que desde principios del siglo XX la han dado por cierta que a ellos corresponde el honor de haberle concedido a esta figuración el estatus de verdadera. Esto es, la realidad no es necesariamente lo que pasó, sino lo que se termina dando por cierto.
Por tanto, una vez que la cuestión historiográfica ha quedado irremediablemente postergada al rango de asunto secundario y que el largo proceso de formación de esta imagen está definido a partir de la enumeración cronológica de sus principales puntos álgidos, considero que el verdadero interés reside en el uso intencionado y en el significado que dicha figuración ha tenido en dos momentos o períodos muy diferentes durante estos cinco siglos. Así, establezco una clara disparidad entre la utilización interesada que, individualmente, Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya hicieron de esta representación de Atahualpa –no detecto ese mismo interés en Cieza de León, que era un cronista y no un conquistador propiamente dicho-, y la que, en un sentido bien diferente, se generalizó en las regiones andinas a partir de la publicación de “Los incas ajedrecistas.”
Como se ha indicado al comienzo de esta conclusión, Espinosa ensalza el supuesto buen hacer de Atahualpa en el ajedrez para transmitir una idea muy favorecedora de la operación a través de la cual los españoles se habían introducido en el Perú y en la que él estaba directísimamente implicado. La imagen de un rey inca que, entre otras cosas, es capaz de jugar al ajedrez es el mensaje de mayor tranquilidad, confianza y esperanza que podía mandarse desde el Nuevo Mundo hasta España, donde, a partir de estos primeros informes positivos, se premiaría más que bien a los artífices de semejante avance y se organizarían con la mayor celeridad posible nuevas expediciones de refuerzo.
No menos intencionada, aunque con un propósito diferente, es la mención que realiza Pascual de Andagoya en la relación que escribe en España y entre sus dos etapas trasantlánticas. Los términos que utiliza para referirse a lo acontecido en Cajamarca denotan un claro tono de reprobación por parte de este desafortunado conquistador, al que un grave incidente privó de encabezar la expedición triunfal que finalmente lideró Pizarro. Andagoya no tiene reparos en criticar abiertamente la manera de proceder de Pizarro ante Atahualpa, al que, como contraposición, elogia por su ejemplar comportamiento. Es en este punto cuando hace referencia al ajedrez, destacando esa supuesta generosidad del inca a la que antes se hacía referencia frente a la avaricia del capitán español.
Tendrían que pasar más de tres siglos, hasta la aparición de “Los incas ajedrecistas,” para que la imagen del Atahualpa ajedrecista volviera a utilizarse intencionadamente. En cambio, en esta nueva etapa, vigente hasta el tiempo presente, el motivo y la finalidad de dicho uso es diametralmente opuesto. Atahualpa, como también sucede con Andagoya, aparece retratado como víctima, aunque, obviamente, las connotaciones que esta representación adquiere en el Perú contemporáneo van mucho más allá de las intenciones que tuvo el conquistador español. A partir de Palma y su memorable relato, la injusticia que sufre Atahualpa a través del ajedrez es la metáfora en la que se resume y escenifica el lamento, la denuncia o la rabia que muchos andinos, e hispanoamericanos en general, sienten por la conquista española del imperio inca y por la consecuente destrucción de la antigua civilización en la que reconocen sus orígenes más remotos.
Éste es, por tanto, el uso que hacen de esta tradición de Palma aquellos cuya identidad está marcada por ese resentimiento y que igualmente hacen suyo un discurso claramente postcolonial. La complejidad consustancial a un hecho histórico de tanta magnitud como fue la caída del imperio inca a manos españolas queda esquematizada en su más pura esencia gracias a la brevedad y a la claridad argumental de un relato que justamente fue ideado para avivar estas emociones. De esta forma, el Atahualpa ajedrecista que propone Palma, esa versión que tan masivamente ha sido secundada -¡qué más da que fuera inventada!-, es un icono; es el símbolo de una injusticia, de un pasado abruptamente roto y de una dolorosa pérdida irreparable que, gracias, entre otros motivos, a la incuestionable fuerza de esta imagen, no ha caído en el olvido.
Sobre el papel, cuesta creer que el Atahualpa ajedrecista siguiera siendo un asunto tan profundo hoy en día si Palma, ya en las postrimerías de su larga y prolífera carrera literaria, no hubiera sentido la necesidad de escribir una historia con una carga pro indígena y nacionalista tan manifiesta. Desde luego, esta aseveración puede sonar algo desproporcionada en primera instancia, pues nunca se sabe qué hubiera pasado si éste no hubiera sido el curso de los acontecimientos. Sin embargo, es innegable que sólo un intelectual del perfil de Palma podría haber compuesto una narración como ésta. Y Palma, en aquel Perú de finales del siglo XIX y principios del XX que avanzaba hacia la creación de su propia identidad nacional, era un personaje casi único en su país. Sólo alguien que había leído tanto y que había bebido tan frecuentemente de esa riquísima fuente de información que era la tradición oral, podía dar forma a un relato de estas características, en el que el pasado, la curiosidad que despertaba visualizar a Atahualpa jugando al ajedrez, y las inquietudes que vivía el Perú en aquel momento se daban la mano de manera tan genial.
Sin duda, un estudio más específico sobre las circunstancias que rodearon la aparición de esta tradición y las reacciones más inmediatas que se produjeron podría aportar una valiosa información complementaria. Se me antoja especialmente interesante poder indagar sobre la manera en la que esta historia se interpretó en sus inicios; es decir, conocer, en la medida de lo posible, si el texto de Palma fue concebido como un relato fiel a la realidad –en ese supuesto, su impacto habría sido extraordinario- o si, por el contrario, ya desde sus primeros días de existencia fue recibido como un texto eminentemente ficcional.
Llegados a este punto, una nueva pregunta entra en escena: ¿es preciso seguir tildando a la imagen del Atahualpa ajedrecista de leyenda, como ha sido habitual? Si nos atenemos a la definición que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua, por leyenda, en primer término, se entiende la “(n)arración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición,” mientras que la segunda acepción recogida habla de “(r)elato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración.” Tomando estas ideas como referencia, concluyo que “Los incas ajedrecistas” sí debe catalogarse como una leyenda, pues su trama carece de visos de veracidad. Sin embargo, eso no quiere decir que el resto de versiones que han aparecido en torno a la vinculación de Atahualpa y el ajedrez deban recibir la misma consideración. Es más, abogo por que la impresión emitida por Gaspar de Espinosa, Pascual de Andagoya y Pedro Cieza de León no sea considerada como leyenda, ya que las reservas que se puedan surgir acerca de la total credibilidad de estos testimonios no dejan de ser apreciaciones particulares que, en ningún caso, tienen entidad suficiente como para negar la veracidad de estos documentos. Mientras que la crítica es más unánime a la hora de tildar la obra de Palma como eminentemente literaria, no hay manera de demostrar que estos tres conquistadores, aun no siendo testigos de vista, se inventaran, juntos o por separado, que Atahualpa jugó al ajedrez.
Esta última reflexión puede sonar contradictoria respecto a lo apuntado unos párrafos más arriba, pues, por un lado, se afirma que, en el caso de la carta de Espinosa, puede haber indicios que inviten a la prudencia, y por el otro se manifiesta que no hay manera de demostrar que lo que dicen él, Andagoya y Cieza de León no es cierto. Esta confusa situación es consecuencia inequívoca de la carencia de manuscritos que testifiquen detalladamente la manera en la que el ajedrez fue introducido en el Nuevo Mundo. Es un proceso que se prolongó durante muchos años y del que se sabe muy poco, casi nada. Por decirlo de otra forma, más bien se intuye o imagina. Habida cuenta de cuál es la situación, no hay que pasar por alto un dato realmente llamativo: dentro de esta escasez documental generalizada, el asunto del que se conocen más referencias es, precisamente, éste que trata del vínculo entre Atahualpa y el ajedrez. ¿Significa eso entonces que sí ocurrió? ¿Significa justo lo contrario?
Aun siendo un tema apasionante, no creo recomendable limitar la llegada del ajedrez a América con la figura de Atahualpa. Obviamente, en esta posible tendencia influye que se trata, ni más ni menos, que del último emperador inca, una de las máximas figuras de toda una civilización que justo a partir de su muerte dejaría de ser lo mismo. Sin embargo, hay, al menos, otro caso que también es sumamente atractivo y que tampoco está resuelto por completo. Se trata del enigmático final de la vida del ajedrecista Ruy López de Segura, clérigo muy cercano a Felipe II que, además, estaba considerado como uno de los mejores jugadores europeos, y por tanto del mundo, a mediados del siglo XVI. Su desenlace aún es un auténtico misterio, ya que lo único que José Antonio Garzón, Josep Alió y Miquel Artigas pudieron sacar en claro de su investigación conjunta es que él tenía los papeles en regla para embarcarse desde Sevilla con rumbo al Perú (161). En cambio, ahí se pierde su rastro, sin que esté claro si llegó finalmente a América o si, por el contrario, se quedó en España. Poder reconstruir lo sucedido en los últimos años de su vida es un reto tan complicado como apasionante. No sólo se trata de esclarecer lo que pudo haber ocurrido con uno de los grandes referentes del ajedrez moderno, pues la posibilidad de que hubiera finalmente arribado al Perú da pie a una serie de conjeturas muy sugestivas sobre la expansión del ajedrez en este territorio."
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| Felipe
V “el Animoso”, en el trono de España en 1715, impregnó a la corte de
Madrid de las influencias propias de Versalles. Ordeno construir un
palacio de 135.000 metros cuadrados y casi tres mil quinientas
habitaciones para rivalizar con el de sus parientes franceses en
Versalles. El edificio construido entre 1735 y 1764 fue utilizado por
los Borbones para legitimar su reinado.
“…las fachadas y jardines del palacio se revistieron de una magnífica
colección de estatuas de antiguos gobernantes de España. Desde
emperadores romanos nacidos en Hispania, como Marco Ulpio Trajano,
Teodosio, Honorio o Arcadio, pasando por varios reyes visigodos como
Alarico II, hasta alguno de los gobernantes de los antiguos reinos
medievales de la península, son ornamentos a perpetuidad de las caras y
figuras regias del poder de los últimos dos milenios. Destacan, además,
dos estatuas de emperadores transatlánticos de los que la monarquía
también se sentía sucesora: Moctezuma y Atahualpa.” La estatua de Atahualpa se ubica en la plaza de la Armería del Palacio de Oriente (a la derecha).
Aconsejado
por el religioso Martín Sarmiento de incluir estas estatuas para
congraciarse con la historia de los virreinatos del Nuevo Mundo, a la
vez que se dotaba de una legitimidad sucesoria de los antiguos imperios
precolombinos, que habrían ido a parar en la propia monarquía hispánica.
El maestro Juan Pascual de Mena y otros escultores dieron forma a
Moctezuma y Atahualpa siguiendo los cánones neoclásicos. Fernández García, Alonso. Moctezuma y Atahualpa en el Palacio Real de Madrid: una aproximación histórica. (01/05/2023)
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